El Athletic se trajo a Bilbao un empate ganado a pulso del Estadio Olímpico de la capital italiana. Un resultado al que opositó y mereció sin un atisbo de duda en una noche que se puso cuesta arriba y obligó a desplegar un gran esfuerzo. El 1-1 posee una significación que se ha de resaltar, no en vano se trataba del cruce más duro de la fase de grupos y, sobre todo, constituía la puesta de largo del equipo de Ernesto Valverde en el escaparate continental. Un tanto de Aitor Paredes, fruto de la perseverancia del bloque, de la fe en sus posibilidades, equilibró el firmado por Dovbyk a la hora de juego. Se asistió a una demostración de inconformismo y de recursos para codearse con una Roma que pretendió vivir de la renta adquirida en un lance aislado y que quizá no midió bien las consecuencias que podían derivarse del grado de intensidad que el Athletic aplicó a sus evoluciones. Los italianos terminaron sometidos y lo acabaron pagando. 

Las credenciales del Athletic afloraron con nitidez en un encuentro que tuvo tramos muy distintos, lo cual requirió asimismo diversos cambios de registro. Era clave no perder el hilo ante un conjunto duro de pelar, que fiel a la tradición del calcio pretendió resolver eludiendo riesgos y no tuvo reparos en ralentizar sus maniobras cuando lo estimó oportuno. Tanto con el empate inicial como posteriormente, una vez conseguida la ventaja, la Roma planteó una pelea orientada a anular al visitante. Cabe que no entrara en sus previsiones que el Athletic jamás se achantaría, menos aún sin estrenar su casillero. A base de tesón, invirtiendo toneladas de energía, terminó por alcanzar la igualada, desenlace que hizo justicia a cuanto ocurrió.  

Europa es otro mundo por la resonancia de sus torneos, el despliegue y seguimiento mediáticos, el dinero que se mueve, unos calendarios que alteran la rutina y, muy especialmente, por la exigencia extra que implica competir con clubes de ámbitos muy diversos, incluso con un toque exótico, pero asimismo cargados de prestigio y a menudo desconocidos. Se dirá, con razón, que la Roma es un clásico, pero ello no facilitaba la tarea de hincarle el diente. Al margen de que está diseñado para moverse fuera de sus fronteras, está habituado a desempeñarse en un tipo de fútbol muy diferente al que el Athletic suele gestionar los fines de semana. Este último aspecto, el de desentrañar la identidad del rival, venía agravado por el reciente relevo habido en su banquillo.

A la hora de la verdad, el cuadro local no sorprendió a nadie. La acertada consigna inicial del Athletic iba de morder, de presionar muy alto, actitud que le valió para cobrarse varios córners y remates; dos venenosos a cargo de Iñaki Williams, en una carrera al espacio, y de Paredes, de cabeza, en lo que a la postre se reveló como una advertencia. La respuesta de la Roma fue muy simple, mover la bola entre centrales y portero, provocando la impaciencia de una grada tan incómoda como sus futbolistas. Más de veinte minutos tardó en pisar terreno enemigo y enseguida tuvo que intervenir Agirrezabala saliendo del área para abortar el avance de Dovbyk, favorecido por un mal cálculo de Vivian.

Una acción que pareció despertar a los de Juric, que fueron acumulando posesión en una fase donde el Athletic se replegó. Le entró el temor a desguarnecer su espalda y, lo que es peor, no supo ligar dos pases seguidos, acentuando la sensación de inquietud que desembocó en el gol de Dovbyk, quien cazó un centro perfecto de Angeliño para cabecear picado, a placer. En la única aparición de Dybala, por cierto. De nuevo, Vivian erró al habilitar la posición del ariete. Costó invertir la situación, pero el tramo final del primer período se asemejó algo a lo presenciado en el arranque.

De todos modos, la circulación de pelota rojiblanca dejó bastante que desear. Fue la tónica y acaso el síntoma evidente del exceso de respeto que la contienda generó en el seno del equipo. Galarreta apenas entró en acción, igual que Unai, tampoco los laterales se proyectaron, limitando así el protagonismo de los hombres de ataque. Todo el empuje pivotó en torno al despliegue de un Prados que culminó su meritoria aportación con una incursión interrumpida en falta por Koné a centímetros de la frontal.

La necesidad de elaborar, de ser más incisivos, en definitiva, de atreverse a fabricar en ataque resultaba una obviedad, máxime con el marcador en contra. A ello se puso el Athletic a vuelta de vestuarios, aunque un resbalón de Paredes siendo el último hombre cerca estuvo de arruinar las buenas intenciones: Soulé se plantó frente a Agirrezabala y este, ágil, adivinó la dirección del chut. El sobresalto no alteró la propuesta de los de Valverde, quien poco a poco fue refrescando la estructura, cuestión que ayudó a mantener activo el plan, forzando a la Roma a adoptar una postura reservona. El temor cambió de bando, penetró en las filas del anfitrión ante la insistencia de los rojiblancos, dueños del ritmo y del campo, percutiendo sin cesar sobre una formación que se conformaba con resistir y ya no volvería a asomar en la faceta ofensiva. 

Con Nico Williams, sin posición fija, y Berenguer, el Athletic tuvo el control. Yuri empujaba con el alma y todos se fajaban para evitar que la Roma saliese de la cueva. Claro que entrar en la misma era muy difícil. La solución al problema nació de la estrategia. Berenguer templó al segundo palo una falta lateral y allí entró como un cohete Nuñez, que acababa de suplir a Vivian, víctima de un codazo, para introducir el balón en el área chica. Paredes, en disputa con tres defensas, anduvo listo para desviar el envío y colarlo en la red. Restaba poco para la conclusión, la Roma ya no tuvo arrestos para discutir el marcador, mientras el Athletic hizo lo que debía para que el choque muriese sin novedades. Misión cumplida. Con nota.