El Athletic volvió a dejar sentada su condición de equipo de moda. Actuó en Ipurua como se espera que lo haga, a tono con la trayectoria que viene describiendo en la liga. Exhibió su pujanza sin contemplaciones, serio, firme, práctico, gustándose a ratos, siempre con las ideas claras. Fue una apisonadora mientras fue preciso, esto es, hasta el descanso, al que se retiró con un 0-3 que ahorraba mayores disquisiciones. La posibilidad de que el Eibar le plantease dificultades se desvaneció demasiado pronto. El conjunto local asumió que nada tenía que hacer ante el despliegue de los de Ernesto Valverde, un enemigo que hoy por hoy habita en otra dimensión, en una órbita prohibitiva para los armeros desde el punto de vista competitivo.
El color del derbi le correspondió en exclusiva al Athletic, que se permitió el lujo de golpear como suelen los grandes: se presentó tres veces en el área de Yoel y en todas, el portero tuvo que agacharse para recoger el balón de la red. El alarde de eficacia noqueó al rival y frustró toda expectativa en la grada. Gobernó de cabo a rabo, en realidad únicamente sufrió un sobresalto, una anécdota en medio de una tónica que se reveló agobiante para los jugadores de Joseba Etxeberria, resignados a su suerte. Este domingo malísima, porque enfrentarse a este Athletic equivale a someterse a un calvario.
De entrada, resaltar la elocuencia del once elegido por Valverde: la Copa dejaba de ser ese trámite que supone medirse a Rubí o Cayón, equipos condenados de antemano, para convertirse en un test serio. Al margen de la habitual presencia de Agirrezabala, la alineación solo incluyó a dos hombres sin protagonismo en liga, Muniain y Villalibre. El resto, gente habitual en su pizarra. Puede que el detalle más significativo fuera que, pese al trajín que acumulan, Vivian y Paredes ocupasen sus puestos en la zaga un día más. Enfrente, Etxeberria optó por un híbrido: ni la formación de gala ni una de circunstancias, pensando en disponer de refrescos de garantías por si el desarrollo del choque mantenía abierta la ronda en la segunda mitad.
Curiosamente, las novedades rojiblancas acapararon foco. Sus aportaciones fueron determinantes. Dentro de la incuestionable superioridad que ejerció el Athletic desde el mismo inicio, el trío que por motivo obvios más debía aprovechar la oportunidad para dejarse ver sobre un césped magnífico, reivindicarse sería la palabra adecuada, estuvo inspirado. Todo empezó con el portero, que desvió a córner un remate de Bautista que se colaba, en un cara a cara propiciado por Aketxe, en la que sería única acción peligrosa del Eibar. Poco más trabajo le llegó a Agirrezabala, pero la mano que sacó le otorga nota alta.
La jugada, en el décimo minuto de juego, rompió por un instante el control abrumador de un Athletic que movía la pelota con celeridad y que, con su presión característica, muy arriba, apenas dejaba que el rival atravesase la línea de centro del campo. Fue un chispazo del cuadro local, que tuvo que resignarse al papel de sufridor, impotente para discutir el mando visitante. La seguridad y la confianza que rezuman los rojiblancos resultó intimidante, pero con amasar posesión no basta y la verdad es que, en el primer cuarto de hora, Yoel solo intervino para recibir al pie de sus centrales, que no hallaban vías para progresar.
La tónica se rompió cuando por fin Nico Williams gestionó un duelo con su par cerca del área. Fintó, se marchó y puso un centro tenso que cruzó el área para que Villalibre apareciese a la espalda de la defensa y empalmase a bocajarro con la derecha. Clásico gol de ariete: estar en el sitio y empujar. Continuó la exhibición, limpia, sin más despistes ni tropiezos. Circulación participada por todos y a esperar la siguiente. Ya se había sobrepasado la media hora y Muniain, revivió tras asociarse con Nico Williams, que le cedió en el área. Estaba rodeado de enemigos, pero ninguno le encimó y el capitán se giró para sacar una rosca de zurda ante la que Yoel se limitó a hacer la estatua.
Imparable, al igual que el chut de Villalibre poco después. Recibió y en vista de que lo que tocaba era enfilar el área, corrió unos metros y disparó con fuerza. Se desconoce el destino del intento porque Simic metió una pierna y desvió por completo la dirección original. Yoel, otra vez quedó clavado, en el sitio. Una pizca de fortuna para un Villalibre que ni siquiera lo celebró. Si fue porque el lance quedó deslucido o porque tampoco alberga excesivos motivos para exteriorizar alegría, sólo él lo sabe.
Consumado el meneo, la previsión sugería que poco más de sí iba a dar el encuentro con semejante resultado. El Eibar, con varios cambios, saltó del vestuario queriendo imprimir mayor intensidad a su juego. Logró tener más tiempo la pelota en sus botas, pero de ahí a percutir o generar fisuras en la estructura del Athletic hay un trecho. Trecho que no pudo recorrer. También dio la sensación de que el Athletic levantaba el pie del acelerador. Lógico hasta cierto punto, ya no había nada que discutir.
No obstante, Valverde se preocupó de ir refrescando líneas por si acaso. Sancet, gris, y Herrera, que anduvo comodísimo al lado de un Vesga muy activo, dejaron su sitio a Galarreta y Unai. Ambos le dieron aire al colectivo, ese puntito de tensión que reclama una cita oficial. No es que los demás se relajasen, es que bastaba con guardar la posición y dejar que aflorase la impericia del Eibar en el último tercio del terreno.
Así pues, no halló mayores inconvenientes el Athletic en mantener a raya a los armeros. Se registraron algunos remates a la salida de córners por parte visitante y una volea alta de Stoichkov, tras otro lanzamiento de esquina. Poco alimento para el espectáculo, que se concentró en el primer tiempo, con un Athletic inabordable, suelto, letal.