A lo largo de tanto tiempo, 125 años ni más ni menos, se ha ido descubriendo poco a poco un viejo secreto que anida en el corazón athleticzale: San Mamés es la tierra donde nace la felicidad. Como semillas se emplean una filosofía de proximidad y ese fútbol con el que ayer los leones desataron una tormenta de rayos y truenos que desarboló a ese Atlético de Madrid que navegaba a mar abierto este año. El viejo Athletic de nuestras vidas es el mismo que ayer daba un paso más hacia la edad de Matusalen con ese partido arrebatado el mismo día que el club cumplía 125 años y regaló al pueblo que le acompaña en su paso un homenaje a Iribar en vida con una estatua de bronce que lo inmortaliza en la explanada. Ese bertso de Jon Maia, “el portero del pueblo”, recogía todas las emociones de la mañana que fueron desbordándose por las calles adyacentes, a la espera del partido elegido.

Allí se escucharon muchos otros cantos que el de los bertsos pero el hit parade de todo la calles era el célebre y emotivo “Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo...” Buena parte de los expresidentes del Athletic que acudieron al homenaje almorzaron en el D.O, que gobierna Nacho Monje y a su vera, muy cerquita, se encontraba un pontevedrés que lleva 37 años viviendo en Madrid y toda su vida amando al Athletic. Fue hablar con él y unos metros más adelante Ibra, un hombre negro que vendía bufandas, repetía que él enseñó a jugar al fútbol a Iñaki Williams. “Yo sé mucho, amigo”, decía. “Hoy ganamos 2-0 con goles de Guruzeta y Nico Williams”. Reía a carcajadas.

Entremos ya en San Mamés, donde una pancarta gigante se desenrrolló sobre la grada de animación con el recuerdo de los 125 años de vida del Athletic sobre una tierra ayer inconmensurable durante todo el partido. Inevitable en la canción de Iribar e inigualable en los ánimos de empuje a un Athletic que iba una y otra vez, que se lanzaba hacia la yugular colchonera. Incluso cuando Sancet falló aquel penalti tras pedirle a Guruzeta que le concediese la responsabilidad de lanzarlo. Fue a las nubes.

Qué sentiría entonces Jon Rahm, rey de reyes sobre los verdes con el golf, allá en el palco donde subió tras realizar el saque de honor con camiseta Atezaina, homenaje a José Ángel Iribar. Fue un guiño, un gesto, porque su sueño de toda la vida era luciendo la chaqueta verde del Masters de Augusta. Le pudo el corazón del momento que los sueños de toda una vida.

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El mismísimo Iribar y el capitán del Athletic, Iker Munian, que no jugó por una gripe, impusieron la insignia al último embajador del 125 aniversario. Ese honor recayó en el socio Miguel Isasi Balanzategi, escogido por sorteo, que no soltaba la mano sagrada de Iribar.

¿Manos, dije? Echaban humo cuando el Athletic alzó los puños al cielo tras su victoria. Celebrado todo de lo lindo llegó el momento fiesta. Hubo reparto de regalos entre las gradas, un espectáculo pirotécnico, y el pasamanos entre jóvenes de los clubes convenidos con el Athletic y de las categorías inferiores del club con leones que ya tienen credenciales de vieja gloria al compás de música de Kepa Junkera. Jugaron un partido con el Porto donde los leones perdieron 2-3. Fue lo de menos: volvió a marcar Aduriz y San Mamés se estremeció.