Pese al considerable número de finales con desenlace adverso que en los últimos tiempos han reunido al Athletic y el Barcelona, nadie piensa en clave negativa en las horas previas al duelo que esta noche acoge La Cartuja de Sevilla (21.00 horas). Aparte de que en fútbol ponerse la venda antes de la herida a nada bueno conduce, el mero hecho de tener un título a tiro de piedra solo puede despertar los instintos precisos para aspirar al éxito. Ilusión, confianza, ambición, ganas de reivindicarse, conciencia de lo que para el entorno del club representaría alzar el trofeo€ Son tantos y tan sugerentes los alicientes que agregar al deseo personal de salir campeón, que de antemano la única reflexión posible en el seno del equipo que dirige Marcelino García tiene que estar orientada a creer que es perfectamente viable marcar un gol más que el rival.

Se hizo días atrás en el cara o cruz con el Real Madrid. Ese logro que en pura teoría tampoco pintaba propicio, debe funcionar a modo de resorte mental en la cabeza de los jugadores. Superado con nota el delicado trance de apear a uno de los favoritos, carece de sentido plantear la cita de hoy agarrados al manido nada hay que perder y sí mucho que ganar porque ese tipo de argumento denota inferioridad en quien lo emplea y desde luego no responde a la realidad. ¿Desde cuándo una final desaprovechada no es motivo de disgusto y frustración? Sobre esta cuestión podría hablar largo y tendido precisamente el Athletic, dada su amplia experiencia. Además, con el Barcelona en el papel de verdugo.

Por supuesto que el valor de lo que se pone en juego en los noventa (o ciento veinte) minutos de hoy es extraordinario, de igual manera que lo es haber accedido a la oportunidad de engordar el palmarés gracias a una concatenación de partidos presidida por las angustias a lo largo del curso anterior y una actuación, la del jueves, que desbordó las expectativas. En el haber del Athletic para preparar la final tampoco puede despreciarse el cruce con los azulgranas del 6 de enero. No era un partido normal, se acababa de proceder al cambio de entrenador, y el rendimiento dejó bastante que desear, incomparablemente más que el propio resultado, un muy apañado 2-3. Ese mal trago constituye un material interesante, valioso, para corregir determinados aspectos, algo que se consiguió en el siguiente compromiso, porque al fin y al cabo se trata de medirse de nuevo al mismo rival. Bueno, quizá no.

el lobo

Durante toda la previa de la final, por no decir que desde el comienzo de la Supercopa, la actualidad informativa ha estado acaparada por el estado físico de Messi. La estrategia de su club, que ni siquiera se ha dignado a comunicar cuál es la dolencia concreta que sufre, recuerda mucho a aquel relato apto para todos los públicos donde la frase "¡Que viene el lobo!" se repetía constantemente, a modo de advertencia, una y otra vez€ hasta que venía. Ronald Koeman alargó la incertidumbre en su rueda de prensa. Aseguró el técnico neerlandés que será el jugador quien tome la decisión. En torno a esto no cabía la menor duda.

La presencia del argentino siempre ejerce una influencia intimidante, nada que sea preciso refrescar en las filas rojiblancas, pero mientras se despeja la incógnita, el problema es exclusivo del Barcelona. Su nivel se resiente mucho en ausencia del capitán, la producción ofensiva decae una barbaridad y, por lógica, el bloque se ve abocado a desplegar un esfuerzo físico extra. Desde diversos medios catalanes apuntan que en principio Messi estará en el banquillo y se recurrirá a sus servicios solo en la hipótesis de que la cosa se tuerza. Es posible, pero el Athletic no puede estar pendiente de esta elucubración, tiempo tendrá de preocuparse en el caso de que el argentino salte al césped. Entonces, cabe que el panorama se transforme, aunque el hombre muy fino no debe de estar. Que causase baja en la semifinal no fue un capricho y no se le ha visto participar en las sesiones grupales posteriores.

Según explicó Marcelino, ellos han trabajado barajando las dos probabilidades, con y sin Messi, como es natural. Y la consigna prioritaria en ambas es idéntica: impedir que el Barcelona halle facilidades para explotar su repertorio ofensivo, evitar que reedite el paseo que se dio en San Mamés. Articular una fórmula defensiva adecuada es clave y se diría que la de inclinarse por el repliegue no es la más recomendable. No faltarán fases en que el equipo recule porque no tenga más remedio, pero la idea predominante debería ser la de ir a buscar al rival hasta los límites de su área, como sucedió contra el Real Madrid, un plan que está mucho más interiorizado por la plantilla.

Los antecedentes más próximos con el Barcelona invitarían a ejercer sin temor esa presión muy arriba porque suele cundir y de paso, si se realiza coordinadamente, el beneficio extra que se obtiene resulta obvio: se acortan los metros a recorrer para pisar los dominios de Ter Stegen.

De la alineación, no hay pistas. Marcelino confía en que la totalidad del grupo esté disponible, una vez mitigadas las secuelas del último partido. Aquí podría primar la máxima que aconseja no tocar aquello que ha sido rentable. Teniendo en cuenta que el técnico no dispone de más referencias que dos partidos de muy desigual signo, a nadie le extrañaría ver de inicio a Unai Simón; Ander Capa, Unai Nuñez, Iñigo Martínez, Mikel Balenziaga; Óscar de Marcos, Unai Vencedor, Dani García, Iker Muniain; Iñaki Williams y Rául García. A no ser que estime oportuno devolver la titularidad a Yeray Álvarez, que ya debe estar listo tras superar su lesión muscular. En previsión de un combate muy duro, que sería un buen indicativo para el Athletic, tiempo tendrá Marcelino García de maniobrar con el banquillo.