La inesperada victoria sobre el Real Madrid viene a confirmar algo que, por desgracia, no se ha plasmado con la frecuencia deseable durante demasiados meses. No es otra cosa que el potencial de la plantilla del Athletic para gestionar con opciones reales de éxito todo tipo de compromisos, sin reparar en el escenario o la identidad del enemigo. Habrá quien apunte que esta vez al reconocido estímulo extra que supone ver enfrente las camisetas blancas se le sumaban otros alicientes no menos sugestivos: el premio de opositar a un título o el reciente relevo habido en el banquillo, factor que suele tener un efecto reactivo en los futbolistas. Seguro que cada uno de los aspectos enumerados ejerció su influjo en el comportamiento del equipo, pero sin la capacidad de los actores para hacer bien su trabajo de poco serviría esa carga anímica o emocional para eliminar al campeón del torneo y de la última liga.

Los partidos especiales, como este del jueves, son en principio una vara de medir poco fiable cuando se trata de determinar, y valga la redundancia, el grado de fiabilidad del Athletic. Así todo, no dejan de ser una referencia de la que extraer conclusiones interesantes, pues al fin y al cabo pocas empresas entrañan la dificultad de tutear a un Madrid hasta el punto de acabar superándole en el marcador. Basta con revisar las valoraciones del entorno blanco para darse cuenta de la solidez del rendimiento del Athletic. El afán en incidir en dos errores puntuales de los de Zidane en el primer período, a modo de explicación de la derrota, no es suficiente para rebajar el mérito de la clasificación para la final. Ese argumento simplón, que retrata la soberbia de la forofada mediática merengue, realza el fútbol del Athletic.

Negar la mayor, esto es, que el Athletic controló con autoridad los resortes del encuentro, al menos con incuestionable nitidez hasta el descanso, y no desmereció de su oponente en los compases iniciales de la segunda parte, prueba que eso fue justo lo que sucedió. Marcelino estaba exultante a la conclusión precisamente porque tuvo la oportunidad de ver cuál es el nivel del colectivo que dirige desde hace doce días. Ya dispone del punto de partida que debe guiar el futuro. De ahí las palabras de agradecimiento que dedicó a unos hombres que aderezaron su aplicación táctica con una generosa dosis de sudor y valentía, en suma, de espíritu competitivo. "Estoy emocionado por lo que me transmite la plantilla", declaró.

Su breve experiencia en el Athletic podría considerarse un calco de la vivida por su antecesor hace un par de años. Bueno, el tiempo lo confirmará, aún es pronto, pero la respuesta de la plantilla que obtuvo Garitano en cuanto tomó las riendas fue ejemplar, por disposición y aptitud para amoldarse de inmediato a su librillo, que se parecía al de Eduardo Berizzo como el huevo a la castaña.

La herencia DE MARCELINO

Para decirlo todo, la herencia que recibe Marcelino facilita bastante más su labor. En este sentido, se antoja oportuno rescatar la interpretación que Raúl García realizó de lo presenciado en la semifinal: "Confirmar un poco lo que sabemos que podemos hacer". Evidentemente, no se asistió a una revolución futbolística. La versión del Athletic ante el Madrid no se alejó mucho de las exhibidas en los mejores días a las órdenes de Gaizka Garitano o de anteriores técnicos. No es un grupo que sepa especular, ni está habituado a modular el esfuerzo en función del resultado. El perfil de sus integrantes alcanza su pico más alto de rendimiento cuando van de frente a buscar al adversario, insisten y no dejan de mirar el área contraria; cuando no puede ponerse en duda su carácter ambicioso, que por supuesto se expresa a través del ritmo y la velocidad. Es entonces cuando se ve al Athletic que la gente quiere ver.

Marcelino asegura ser consciente de la demanda de la afición, lo ha repetido ya en varias ocasiones mientras sostiene que no pretende imponer algo distinto, ni reformular la identidad del Athletic. Sencillamente, sabe adónde ha venido. Bueno, pues ahora dispone además de un ejemplo práctico para ir puliendo conceptos que, como señala, no dejan de ser matices en torno al concepto futbolístico que siempre ha distinguido al equipo. Y está bien que el asturiano vuelva a avisar de que él no sabe hacer magia o que admita con normalidad que se está aprovechando "del trabajo anterior". Es de cajón cuando no ha disfrutado de un margen mínimo para transmitir directrices y reconocer el nivel exacto de cada jugador a su cargo.

El gran reto de Marcelino consiste en lograr un funcionamiento uniforme. Que el Athletic se mueva con asiduidad en unos registros que le permitan desenvolverse con ciertas garantías semana tras semana. Necesita desmarcarse de la irregularidad en que el equipo se había instalado, que brinde a menudo actuaciones que le hagan acreedor a la victoria. Ni más ni menos. Es algo que se le podrá exigir más adelante, a medida que acumule sesiones en Lezama y encuentros oficiales, pero sabe que no cuenta con un margen ilimitado. La temporada está lanzada y esta premisa la asumió al firmar el contrato en enero. Por de pronto, la derrota del Madrid constituye una excelente noticia para él porque, como certeramente apunta, "un inicio de proceso con victorias es más creíble para los jugadores".