Se oye de todo y la especulación se ha disparado. Vuelve la competición y con ella el turno del equipo, que tiene ante sí la ocasión de aclarar el color turbio con que bajan las aguas en el club. Para hacerse una idea de la magnitud del temporal rojiblanco valen un par de apuntes: la llegada de Álex Berenguer, el fichaje deseado según los dirigentes, ha quedado totalmente eclipsada y desde diversos sectores se insiste en establecer una especie de plazo para huir de la crisis cuyo final coincide con la celebración de la Asamblea General. El paupérrimo comienzo liguero, en resultados y juego, ha exacerbado a una afición muy pendiente de lo que suceda antes del 15 de noviembre, pero no menos alerta que la directiva de Aitor Elizegi durante los cuatro próximos partidos.

Se mire como se mire, hay mucho en juego y un único remedio para voltear el signo de la coyuntura. Las personas implicadas, a las que se pide y se pedirá cuentas de no registrarse un avance en la tabla, apelan al trabajo como fórmula para que el Athletic experimente una mejora que se traduzca en puntos. Falta por conocer en qué se sustanciará esa palabra mágica, trabajo. También Gaizka Garitano hizo hincapié en ella antes de abandonar Mendizorrotza. Como es natural, se mostró "convencido" de que saldrán del atolladero y a título personal aseguró que se encuentra bien: "Sé lo que es el fútbol, conozco todo tipo de situaciones, cogí a este equipo en descenso". Y recordó que "hay mucho tiempo todavía". Sí y no, podría añadirse a su observación.

Hace algo más de año y medio, Garitano fue capaz de conseguir que el Athletic reaccionase de inmediato y se alejase del peligro en tiempo récord. Cogió el mando en la decimoquinta jornada y antes de alcanzar el ecuador del campeonato duplicó el número de puntos. Eduardo Berizzo había sumado once y él obtuvo otros tantos en tan solo cinco partidos. Esa inercia persistió en los meses siguientes, así que no tardó el equipo en dejar de obsesionarse con el retrovisor y dirigir su mirada hacia adelante, hacia la parte alta de la clasificación.

La mano del técnico vizcaino se dejó sentir en dos aspectos: el nivel de competitividad y el balance defensivo. Atrás quedaba una concepción futbolística que prácticamente nunca se plasmó en cita oficial, si bien los jugadores se empeñaron en defender como muy válida. El problema fue que los encargados de rentabilizar el sugerente plan que trajo Berizzo, no pasaron de desarrollarlo en la intimidad de las sesiones de Lezama. En San Mamés y el resto de los escenarios donde actuaban, la inspiración, el acierto y la consistencia como bloque brillaron por su ausencia.

Garitano, a quien le contemplan 76 encuentros en el banquillo del Athletic repartidos en tres campañas, ha empezado la vigente con el pie torcido. Aunque un análisis que abarca las cuatro primeras jornadas debe relativizarse, visto el cariz que han tomado las cosas, sobre todo por el malestar que se palpa en la calle, se diría que la preocupación o la crítica no están exclusivamente motivadas por las tres derrotas recientes y el modo en que se produjeron. Las quejas vienen de antes, últimamente solo se han recrudecido.

una problemática distinta

La reflexión anterior viene al pelo para comprender que esta vez Garitano se halla ante una problemática distinta a la que abordó en el invierno de 2019. Por demasiadas razones, la crisis generada en la etapa de Berizzo y la de ahora no resisten una comparación. Podría afirmarse incluso que tienen muy poco en común, aparte que en ambas se constate las dificultades del Athletic para satisfacer la expectativa del entorno. Y la principal diferencia, de largo además, es que la posición de Garitano ha cambiado.

Si entonces fue el elegido para rescatar a un equipo lastrado por las deficiencias del método o los conceptos errados que propugnaba otro técnico, en esta ocasión su tarea reclama que se enmiende a sí mismo. Le toca revisar aquellas cuestiones que bajo su batuta y con el discurrir de los meses han convertido al Athletic en un conjunto previsible, vulnerable, gris. Resulta notorio que el plan básico de Garitano, aquel que revitalizó al Athletic apoyado en un bloque tipo, ha dejado de ser eficaz. Hace aguas.

Quien debe cerrar una crisis ha de tomar decisiones en torno a algo que no funciona, de modo que su punto de vista es clave. De ahí que el detalle comentado posea gran importancia: siempre cuesta más practicar la autocrítica, o sea, detectar, reconocer las limitaciones y actuar en consecuencia cuando la obra es de uno, que ver las deficiencias ajenas e introducir correcciones. En su anterior misión, Garitano partía desde una posición que facilitaba su tarea, estaba fuera y se reclamaron sus servicios. En esta de ahora, está dentro, metido hasta el cuello, y lo que necesita ser reconducido es precisamente su proyecto.

Sobre el tapete del debate aparecen cuestiones relacionadas con el tipo de propuesta que intenta llevar adelante, donde llama la atención el déficit creativo reflejado en una pegada flojísima y la gestión del grupo, un reparto de minutos desconcertante que está minando la paciencia del personal. La fijación del entrenador en enfocar la preparación para evitar recibir gol y el empleo habitual de jugadores fuera de forma o que se ha demostrado que no elevan el rendimiento colectivo pese a las múltiples oportunidades de que gozan, hacen que el equipo no de para mucho más. Hasta los rivales menos dotados le han tomado la medida.