La pandemia del covid-19 ha traído un fútbol al que le han desprendido de un pedazo de pasión. Competir a puerta cerrada tiene sus daños colaterales, que se acentúan en el caso del Athletic y, sobre todo, cuando tiene lugar el clásico frente al Real Madrid en San Mamés, un partido que desata al mundo athleticzale y que inquieta mucho en la capital de reino, por ese temor a jugar en la tierra de los once aldeanos. Lo cierto es que el equipo de Zinedine Zidane y del caprichoso Florentino Pérez, que ya se deja ver por Bilbao desde que Josu Urrutia se ha levantado del sillón de Ibaigane, agradecieron comparecer en La Catedral con sus gradas vacías, un silencio espectral que les beneficiaba en su carrera por hacerse con un título de liga que van a conquistar sí o sí. Por lo menos cuando se han vuelto a rescatar las sospechas de contar de nuevo con los favores arbitrales y lo que sucedió ayer no hace más que alimentar esta leyenda. ¿Qué habría pitado José Luis González González si tuviera que soportar las protestas de 53.000 almas entregadas? Faltó el ingrediente más picante del clásico.

La presencia del Madrid en el Botxo pasó prácticamente desapercibida por razones obvias. A la ausencia de público, se unió la fecha, un 5 de julio; la hora, a las dos de la tarde; y el calor, casi 30 grados. O sea, una serie de situaciones que crea el cóctel idóneo para huir del fútbol y pensar más en un chapuzón en la playa o en un exquisito aperitivo bajo la sombra de una terraza. Al margen de esta excepcionalidad, el clásico respondió a las expectativas. El Athletic afrontó el desafío reanimado por su exhibición en Mestalla cuatro días antes y el Real Madrid se presentó en San Mamés con la vitola de líder y el ansia que le ocasiona distanciarse provisionalmente a siete puntos del Barça, con todo el frenesí que genera en las entrañas blancas. Hubo fútbol de alto nivel durante muchas fases por parte de los dos conjuntos, afloraron los nervios, la tensión que entraña este tipo de partidos€ y, cómo no, la polémica fabricada por el VAR y por el colegiado. Una doble vara de medir que, como ha ocurrido en la mayoría de los clásicos a lo largo del tiempo, favorece al de siempre. Ya se sabe el cántico: "¡Así, así, así gana el Madrid!" y que probablemente habría ensordecido a medio mundo en caso de salir de la garganta de esos 53.000 aficionados ausentes.

González González no dudó en considerar como penalti discutido la media ruleta de Dani García con Marcelo en el área bilbaina a los 70 minutos de juego y poco después no fue requerido por Gil Manzano, que visto lo visto fue el que arbitró el partido, para que acudiera al VAR y decidir sobre el claro pisotón que Sergio Ramos le propinó en el área madridista a Raúl García, dos futbolistas que ya las tenían ente sí cuando el navarro ejercía en el Atlético de Madrid. Emerge la intriga de cómo habría actuado el trencilla leonés en este mismo supuesto delante de las mencionadas 53.000 almas. Evidentemente, la temperatura de un Athletic-Real Madrid habría subido hasta la plena ebullición, que se hubiera mantenido en esa última acción en la que a Iker Muniain le sobrevino una fuerza sobrehumana para tumbar de modo arrolladora al croata Modric, que tampoco es que sea un armario al estilo Casemiro. Hubo, por tanto, lugar para la trifulca final, que siempre pone más salsa a este clásico, que, eso sí, dejó al Athletic con un mal sabor de boca por sentirse merecedor de un premio mayor.

La derrota frena el camino del colectivo de Gaizka Garitano hacia la conquista, como mínimo, de la séptima plaza, que da billete a la próxima edición de la Europa League y, de paso, supone un estímulo para la Real Sociedad, que hoy visita al Levante y, en caso de ganar, superará ya a los rojiblancos en cinco puntos, cuando solo restan cuatro jornadas por disputar. El subidón que causó la victoria del pasado miércoles en Mestalla se ha convertido en un temor a perder el tren europeo, al que el Athletic debe subirse de nuevo el jueves, cuando repite en San Mamés, en esta ocasión ante el Sevilla, que también juega esta noche, y con las sensibles ausencias de Raúl García, por sanción, y Yeray, por lesión, lo que obligará a Garitano a dar una vuelta a su plan de los últimos partidos.

El derioztarra modificó su idea pasada la hora de juego, cuando efectuó el segundo y el tercero de sus cambios, ya que el primero lo hizo obligado a los 21 minutos. Unai López, que rindió a un alto nivel, fue uno de los sacrificados de Garitano, que no se esconde respecto al donostiarra, uno de sus futbolistas más talentosos en la posesión. Unai López ha ganado protagonismo con el retorno de la liga, ha sido titular en seis de los siete partidos disputados, pero no ha terminado ninguno de ellos, en la mayoría sustituido por Mikel Vesga, un futbolista de un perfil más conservador.