Ha ardido Marijaia, pero también lo han hecho muchos estómagos y pies. En esos casos, siempre se ha podido recurrir a un taxista y decirle, como Rodolfo Langostino, “Llévame a casa”. A eso se ha dedicado esta Aste Nagusia Jonatan López, que ha prestado servicio a las noches y quizás no haya visto si todos los gatos son pardos, pero sí a clientes que se la han querido liar parda. “Te dicen que no tienen dinero cuando has llegado al destino. Pues déjame la chaqueta, subes y te espero. Lo normal es que te paguen, pero siempre hay un mínimo que te la quiere hacer”, denuncia.
Hacen como esos que dicen que van a por tabaco y ya les has visto. “Alguno que no tenía nada para dejarme ha subido y no ha vuelto a aparecer”, lamenta este bilbaino, que tiene 43 años y mucho aguante. “A veces vas y el cliente ya no está o se ha ido con el primero que ha venido o es una llamada falsa”, enumera este profesional, al que también le han intentado robar. “Mientras uno te distrae, otro lo intenta. No lo han conseguido porque les he parado los pies”.
Los bellos durmientes
Aunque no tiene sábanas ni almohada, más de uno se ha tomado el asiento de atrás de su taxi como una cama. “Se duermen y luego no los puedes despertar”, dice. Lo que, coloquialmente hablando, viene a ser quedarse en coma. “Sí, al final la gente lleva casi toda la noche bebiendo y, en cuanto se sientan, es como si les pusieran la vacuna”. O les diera un toquecito en la frente un hipnotizador.
Como Jonatan no tiene mampara, les espabila a voces. Pero hay veces que, “por mucho que les grites, nada. Así que hay que bajar y meterles un meneíto”, reconoce. Cuando consigue que abran los ojos, “no tienen ni idea de dónde están. Hasta que se ubican y dicen: Joé, si estoy en mi casa”.
Mientras que los bellos durmientes se entregan a Morfeo, otros se entregan a la pasión. “Alguna vez he tenido que parar el taxi para decirles que ya vale, que esperen un poquito a donde tienen que llegar y que si no, se van a la calle. Algunos paran y otros te dicen que sí y, al de dos minutos, están otra vez enganchados”. El calentón es el calentón. “Sí, pero no se dan cuenta de que estoy yo delante. Es el ansia, que les puede”, concluye entre risas.
"Te abren la guantera, te quieren cambiar la música, te suben el volumen, te tocan a ti... No se dan cuenta de que ellos están de fiesta, pero tú trabajando"
Pero lo peor de todo, asegura, es que “en fiestas te viene mucha gente que no son clientes habituales de taxi y no tienen respeto”. La mayoría, aclara, se comporta “muy bien, pero hay un porcentaje de gentuza, muchos que están muy borrachos, alguno que te la quiere liar... Se piensan que pueden hacer lo que quieran dentro de tu coche”, protesta. Vamos, que no se limitan a mirar el móvil. “Te abren la guantera, te quieren cambiar la música, te suben el volumen, te tocan a ti... No se dan cuenta de que ellos están de fiesta, pero tú estás trabajando”, recalca.
Suciedad y mal olor
Eso, por no hablar de esas zapatillas encharcadas en Dios sabe qué, ese tufo a ahumado... “El coche me lo ponen hasta arriba de mierda. A mitad de noche hay que limpiar las alfombrillas, los asientos y echar flis-flis. Encima no fumo y llevo muy mal los olores. Cuando están hasta arriba de brillantina, no les monto. Me cuesta más la tapicería que la carrera”.
Gajes del oficio, que compensarían si uno llenara la caja. ¿Hace el agosto? “Pues tampoco creas. No ha habido mucha diferencia con respecto a las noches de un fin de semana. Este año se ha notado que ha habido menos gente y, sobre todo, mucha gente joven, que no es usuaria casi. Es más de metro, que ha abierto toda la noche, y de autobús”, explica.
Risas con los hombres travestidos
Algo bueno tendrá trabajar en Aste Nagusia. “Me río mucho con los hombres travestidos cuando los llevo a los sitios de ambiente. Se ponen a cantar, a bailar, a maquillarse, se ponen las pestañas postizas, los tacones... También hay chicas que hacen la noche que se cambian”, relata Jonatan. “Algunos me han llegado a preguntar, llevándoles con el taxi, que a qué me dedico. Te quedas alucinado”, señala.
En fiestas, además, conoce “a mucha gente de fuera”, con la que conversa. “Les gusta el ambiente que hay, las txosnas, ir de pintxos por el Casco Viejo... Son cosas que ellos no tienen”, destaca. Junto a los turistas, ha transportado “a personas mayores, chavalitos, famosos, como Ramón García o algún futbolista, y a muchas chicas, que te piden que no te vayas hasta que entren en el portal”, cuenta, confirmando que ese temor “existe, pero todo el año”.
Tolerante, Jonatan no pretende que se sienten en su taxi como en misa. “Tienes que entender que están de fiesta, pero sin pasar una línea. No les dejo entrar con bebidas porque no se puede y hay muchos que se enfadan”, asegura este taxista, que no recoge a clientes en malas condiciones “porque les pasa cualquier cosa dentro del vehículo y tú no eres una ambulancia”. Pudiera parecerlo, porque hay quien se olvida, además del bolso, el móvil o una boa de plumas, la cachava o las muletas. Pa’berse matao.