Eduardo Kareaga (Ereño, 1948) es uno de esos vascos que, siendo apenas un crío, dejó su tierra con una maleta cargada de esperanza rumbo al Oeste americano. A sus 77 años, recuerda con nitidez aquel viaje que lo llevó a trabajar como pastor de ovejas, sin imaginar que pasarían décadas antes de volver a pisar su Bizkaia natal.
Este fin de semana, en el Expo Idaho Center de Boise, en el marco del Jaialdi, Eduardo se refugia por unos minutos en uno de los carros de pastor vasco expuestos en la feria, recreando los habitáculos donde pasó largas temporadas en soledad. “Pasé 15 años de pastor. Viví en uno de estos carros y también me tocó dormir en tiendas de campaña. Fueron años difíciles”, comparte en una conversación entrañable, en euskera, idioma que no ha perdido a pesar de la distancia y el paso del tiempo.
Ardikanpo
Los “carros de pastores vascos”, conocidos como ardikanpo o kotxekanpo, eran refugios móviles utilizados por los pastores vascos que, desde el siglo XIX, emigraron a Estados Unidos en busca de un futuro mejor. En el oeste americano, especialmente en estados como Idaho, Nevada o California, los vascos dejaron una profunda huella en la industria ovina.
En Boise, una veintena de estos carros restaurados se exhiben con orgullo, generando admiración entre los visitantes del Jaialdi, una celebración que rinde tributo a la herencia vasca. “Están muy bien conservados. Es maravilloso poder ver dónde vivieron los pastores vascos”, comenta emocionada Maite Uribe, vizcaina de visita con su familia.
Aunque su esposa es americana y sus hijos no hablan euskera, Eduardo no ha perdido el vínculo con su origen. “A mí no se me olvida de dónde vengo”, asegura. Por eso, para él, el Jaialdi es más que una fiesta: es un reencuentro con su identidad. Durante la charla, recuerda con cariño a sus primos de Arratia, concretamente en Igorre, de apellido Berrojalbiz, y también menciona tener familia en Amorebieta.
La historia de Eduardo es una entre muchas que se cruzan estos días en Boise, pero su testimonio pone rostro y alma a toda una generación de pastores vascos que tejieron un puente entre dos mundos, sin olvidar nunca sus raíces