CUANDO la pasión por la música y la artesanía se unen, surgen instrumentos tan maravillosos como los que fabrica Abel Osuna. Un lutier que se siente profundamente conectado con la música para transformar piezas en instrumentos que llenan el alma. Pero Osuna no es solo fabricante, es también intérprete, a la vez que docente. "Ser músico te facilita el oficio de lutier porque acústicamente sientes mejor y no necesitas tantos años de experiencia", señala Osuna volcado en cuerpo y alma con sus instrumentos de cuerda. "Pude optar al Conservatorio de Sarriko que ofrecía la formación y se me despertó esta inquietud manual. Como toma de contacto estuvo muy bien y me permitió descubrir la existencia de Cremona, la cuna del violín, que fue donde di el salto", dice Osuna especializado en violines pero que cuida también con esmero violas, violonchelos y contrabajos.

Porque fue en esa ciudad italiana donde descubrió un mundo nuevo y se internó en las entrañas del instrumento. Allí conoció además a grandes maestros que le mostraron que un violín es algo vivo, algo que hay que moldear para conseguir el sonido perfecto. Previamente su formación musical ya había sido profusa con estancias en Helsinki, donde realizó su Erasmus, Eslovaquia y Suecia, donde finalizó un postgrado en interpretación musical por la Universidad de Malmö.

Aunque en la capital vizcaina sobran dedos de una mano para contar lutiers, reconoce que su trabajo "va por temporadas". "Hay mucha escuela de música, tenemos dos orquestas... y de vez en cuando me llega algún trabajo de los músicos o del Conservatorio. Los profesionales aprovechan los descansos para hacer reparaciones, ajustes o poner a punto el instrumento. Y en las épocas donde no hay tanta tarea aprovecho para fabricar instrumentos nuevos", explica este artista y alquimista de instrumentos.

En concreto, el año pasado dio vida a tres violines. Cada uno tarda tres meses en ver la luz dedicándose a jornada completa, "a veces incluso trabajando fines de semana" en un proceso lleno de gestos minuciosos y también de intuiciones. Siempre se usa la misma madera tanto en violín, viola o chelo. "El estándar es arce en fondo, aros y mango, y abeto en la tapa. Es un abeto de resonancia que compro en Italia, una madera de climas extremos que se da en las alturas para que sea un material duro y resistente". "La fabricación requiere de un proceso muy preciso porque si fallas en algún paso, si hay alguna variante que no ejecutas bien, no sabes donde está el fallo. Pero hay partes más delicadas, como el encastre y la construcción de la bóveda del instrumento. Dedico mucho tiempo extra a la búsqueda de la resonancia y a otros detalles que mido y controlo exhaustivamente. Y eso, desde luego, no se hace en los violines de fábrica", explica.

Hacer la pieza a medida encarece, obviamente, el instrumento. Un violín tipo -que puede usar un chaval para empezar- parte de un precio inicial de 400 euros a 1.500 o 2.000 euros, el tope gama. El suyo, artesanal, minucioso, y totalmente a la carta oscila entre los siete y los 10.000 euros. "Me lo pide gente que busca una buena sonoridad, una buena proyección, comodidad en el instrumento y que quiere que esté bien hecho porque busca un violín de por vida".

Osuna combina su trabajo en su taller de Bilbao La Vieja con incursiones en escuelas privadas de música de Amorebieta o Markina donde ejerce de docente. "Eso me da un poco de soltura económica para cubrir los gastos de la lutheria y de autónomo artesano. Y, por supuesto, voy a todos los sitios donde me llaman para tocar. De hecho no he parado de tocar desde los años 90 porque mi profesión es la de violinista, me encanta y no quiero perderla porque al final es como una gimnasia. Si no tocas, se pierde".