CON una maleta repleta de cariño y de mucho material odontológico parte hoy rumbo a India Laura Curiel. De la mano de la ONG Dentistas Sin Fronteras la joven vizcaina destina sus vacaciones de verano para conseguir las mejores sonrisas de algunas personas que residen en Anantapur; sonrisas, que según reconoce, para conseguirlas merece la pena todo el esfuerzo y dedicación. “Lo que hacemos es muy poco. Las necesidades son enormes, pero es imposible abarcar más. Siempre regreso con la sensación de que he aportado poco, pero tanto yo como el resto de mis compañeros ponemos todo lo que está de nuestra parte para atender al máximo de personas”, confiesa Laura Curiel días antes de partir.

Ella es una de los tantas voluntarias que sin pedir nada a cambio aparca sus días de ocio para ayudar a quien no tiene recursos. Dice que prefiere irse a India a paliar el dolor de un niño antes que tumbarse en una playa a tomar el sol: “Me dan mucho más de lo que yo les ofrezco. Tienen tan poco... No nos damos cuenta de lo afortunados que somos”, reflexiona la odontóloga.

La Fundación Vicente Ferrer cuenta en Anantapur infinidad de proyectos para el desarrollo de las comunidades locales y es allí donde Laura y otros nueve odontólogos trabajarán a lo largo de este mes. A diario por las profesionales manos de la vizcaina pasarán del orden de cien personas con problemas dentales. Tumbados en sillas de plástico -allí la comodidad de un buen sillón no existe-, Laura y el resto de los voluntarios solventarán los problemas de salud dental de adultos y del público infantil. “De voluntaria llevo seis años. He estado en Senegal, Etiopia, Nicaragua y en República Dominicana... Desde que me licencié casi todos los veranos he ido de voluntaria”, recuerda Laura. Trabajan en zonas muy rurales, de mucha pobreza y los objetivos que se marcan todos los años son muy básicos: “Quitar el dolor al máximo de personas”. “Lo que hacemos es movernos y colocar nuestro campamento para despachar a los pacientes. En el caso de India, la Fundación Vicente Ferrer cuenta con tres hospitales -en dos tienen servicio de odontología- donde cuentan con voluntarios que a lo largo del año atienden a la población”.

Laura decidió embarcarse en la experiencia del voluntariado porque siendo una privilegiada -ella ha podido estudiar y dedicarse a lo que quiso desde niña- sentía la necesidad de ayudar a aquellas personas que no tienen acceso a recursos básicos. “Yo he podido estudiar, pero mucha gente, no. Además, son tantas las personas que no tienen recursos para ir al médico, cuidarse la dentadura...”, asegura la vizcaina.

Es la segunda vez que repite India, su gente, siempre agradecida, atenta y cordial le robaron el corazón la primera vez que visitó el país. “No tienen nada, pero lo poco que tienen te lo dan. Te regalan una flor, un dulce... Siempre agradecidos por la ayuda que les estás prestando”, recuerda emocionada.

Desde entonces, solo tiene buenas palabras de la población hindú que ha conocido en sus viajes a Anantapur. Laura reconoce ser feliz pudiendo ayudar a las personas que lo necesitan, pero confiesa que detrás de este acto solidario y altruista que realiza también hay un poco de egoísmo personal: “Es cierto que voy a trabajar, no voy de turista, pero en los seis años que llevo he aprendido muchísimo y, además, interiormente estas experiencias vividas me han enriquecido una barbaridad”, reconoce. De hecho, según explica Curiel se le hace mucho más cuesta arriba la adaptación a su regreso a Euskadi que cuando llega a India. “Irme de voluntaria me reconcilia con la profesión. La odontología aquí es dura. En India trabajas con lo que hay y hay casos graves; en Euskadi tenemos todas las facilidades y recursos, pero de una pequeña cosa hacemos un drama. Cuesta asumir eso”.