bilbao - Sentado en un banco del Arenal, Robert Redford, 82 años, arroja miguitas a las palomas con una mano y se apoya con la otra en un bastón. De vez en cuando, se ajusta la gorrilla de lana con orejeras. “Sufro de los oídos, ¿sabes? Desde que trabajé con Marlon Brando en La jauría humana, que el ayudante del director le gritaba sus frases con un megáfono a todo pulmón... El bueno de Marlon no recordaba sus frases ni así, pero a mi quedaron los tímpanos para el arrastre. Ya antes cogí mucho frío a los pies de tanto interpretar Descalzos por el parque en los teatros de Broadway y andaba delicado. Oye ¿qué es de Jane Fonda? ¡Menuda chavala!”, pregunta. Carraspea un poco y despotrica contra “Bush, Trump o como se llame el republicano que habita la Casa Blanca”. Le pregunto por los actores jóvenes. “No tienen ni idea. Me suelo acercar a Hollywood a ver cómo ruedan pelis apoyado en una valla. Y ni idea. Los jóvenes no saben ni por dónde les da el aire. Se creen que todo es chufla. Nada, nada, ya no se filma como antes. Antes sí que rodábamos peliculones. Se lo suelo comentar a Kirk Douglas. Y me da la razón”.

Un sorpresón encontrar a una megaestrella como usted en Bilbao.

-Pues chico, el mérito es de los jubilados de aquí. Este año he trabajado en Old Man & The Gun y me he retirado. Soy un emérito. He pillado un avión estirando la pensión, he cogido una pensión en La Peña y, zasca, esta semana, a la manifa de los jubilados en Bilbao. Que tiene fama en el mundo entero. El otro día vi un reportaje en la tele autonómica de Utah. Y me dije: Bobby, tú eres un tipo ecologista, progresista y solidario; tienes que ir a la movilización de pensionistas de Bilbao. Y aquí estoy. Eso sí: necesito un parche para los juanetes, que me duelen a cuenta del paseíto que me he pegado desde La Peña.

Hombre, hay una tiradita.

-Ya te digo. He hecho una paradita en el Mercado de La Ribera para ver si había hongos a buen precio. Y me he tomado un clarete y un pincho de los de huevo cocido y mayonesa. Me sentía uno más. Por poco me arranco a cantar bilbainadas con unos txikiteros en la calle Pelota. Eran jubilados de la Babcok. Me he sentido como en casa.

Siempre he pensado que era usted más sofisticado.

-De eso nada. Siempre he sido un enrrollado. Nunca me he dado importancia. Me gusta pasar desapercibido. Antes me costaba más, porque era un guaperas. Aunque ya no me acuerdo cómo era eso. Pero este menda que ves era un bellezón: con mi flequillazo rubio al viento, mis ojillos azules, aquella sonrisa en la que todos los dientes eran míos? Se caían todas las chavalas redondas, como si las fumigaran con un insecticida. Me daba hasta apuro.

Lo de ser guapo debe generar problemas. Aunque no lo sé por propia experiencia.

-Tiene lo suyo, si. Cuando salía a tomarme unas cañas después de la faena con Paul Newman, en la época en la que rodamos Dos hombres y un destino o El Golpe, era un escándalo. Terminábamos la ronda con un grupo de 200 ó 300 fans siguiéndonos de pub en pub lanzando chillidos. No dábamos abasto. Pero, chico, de todo se cansa uno. Y es un coñazo que te levantes por la mañana, levantes la persiana y te entre una lluvia de ropa interior por la ventana. Yo me he pagado viajes por Estados Unidos con el dinero que he conseguido vendiendo lencería femenina de segunda mano. Y no te digo más.

¿Qué características debía poseer una chica para enamorarle a usted?

-Un apellido raro. Los apellidos raros me han puesto siempre muchísimo. Piensa que a los guapos ya no nos hacen efecto los estímulos habituales. Y a mi me pirran los apellidos originales. Mi primera esposa fue Lola van Wagenen y la segunda Sibylle Szaggars. Hace poco me presentaron a Renée Zellweger y me quedé todo pillado. Pero, ahora mismo, la modelo sudafricana Minki van der Westhuizen me vuelve loquito. ¡Tiene un apellido que me chifla!

Y seguro que es resultona. Oiga, ¿qué le ha pasado usted que, desde que cumplió los sesenta? Se le ve más arrugado que a un sharpei...

-Un despiste de mi primera esposa, que era muy enérgica. Y muy mala poniendo lavadoras. Siempre se le iba el añil y le caían gotas de lejía en los vaqueros. ¡Me hizo cada estropicio! Me acuerdo de una cazadora de ante con flecos que llevé en una peli de vaqueros, que la hizo trizas al lavarla en el programa caliente. La cosa es que, una vez, se lio a llenar el tambor de la lavadora y me metió a mi con la ropa. Por suerte se dio cuenta a tiempo y me sacó antes del centrifugado, pero no me sacudió bien, me sequé sin sacudir y me quedé así de arrugado.

Vaya tema.

-Pues sí. Pero no me importó. Estos surcos profundos en el cutis dan sensación de aventura, vida al aire libre y carácter interesante. Además, me puedo guardar la documentación en los pliegues del cuello. Y hasta una tarjeta de crédito. Viene bien cuando viajas al extranjero. Una cosa, ¿dónde venden pilas pequeñas para el sonotone?