A actual sociedad funciona al ritmo de los medios y el desarrollo de los mismos obedece a normas de funcionamiento que pretenden evitar manipulación, y consiguiente equilibrio plural de concurrencia mediática. El universo de los medios dibuja un panorama rico en matices y cargado de opciones diversas. La dialéctica entre medios públicos y privados desarrolla una pelea entre profesionales y gestores que amenaza con un enfrentamiento agotador en pos de poder determinar quién manipula a quien, quién se lleva el gato al agua de manejar los intereses de empresas y grupos editoriales. Tirios y troyanos se disputan la singularidad del manejo de noticias, titulares y editoriales, en un ejercicio fariseo de manipulación y mentira. Para unos, los medios públicos tienen un plus de distorsión, para otros, los privados hacen de su capa un sayo y distorsionan la verdad de los hechos con giros de actualidad. Este enfrentamiento pone de relieve el choque entre intereses bastardos de quienes manejan los medios a su antojo, bailando al son de las redacciones que cumplen con las triquiñuelas de los responsables de las líneas editoriales, ya sean Consejos de Administración propietarios o Consejos de representación política, que tal bailan acusados de engaño y manejo periodístico; unos y otros saben que contar la realidad es tarea habitual de quienes se plantean este trabajo como un ejercicio de limpieza y honestidad, pero una cosa es la teoría y otra su praxis. No es cuestión de propiedad, es sentido de equilibrio democrático, ya sean públicos o privados. Unos y otros deben superar controles de contenidos para hacer de la info oxigeno necesario para que la sociedad la entienda como práctica de objetividad y compromiso social. Libres de pecado deben de estar los medios al acometer la tarea de contar. La comunicación como hecho social debe de jugar un papel de interés ciudadano más allá de manejos y maniobras de propietarios o políticos. Unos y otros responden ante la audiencia. l