TORLA–Ordesa, localidad oscense del Alto Aragón, está situada a 1.032 metros de altitud, se acuna ante la mirada del imponente macizo de Mondarruego, de casi 3.000 metros, y es un pueblo de montaña digno de visitar por sus vistas espectaculares, su variedad de rutas de diferentes niveles de dificultad, su quietud en época invernal y su curiosa flora y fauna.

Entrada natural al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, Torla–Ordesa, de nombre Torla hasta hace una década, cuenta con apenas 300 habitantes y es una población típica del Alto Aragón situada a la margen derecha del río Ara, al norte de Huesca y fronteriza con Francia aunque no existe conexión por carretera. Desde el Puente de los Navarros se inicia la pista forestal que da acceso al Valle de Bujaruelo.

El paisaje que el visitante se encuentra en el pueblo es tan natural como magnífico y sobrecogedor, como el valle en el que se ubica, uno de los mejores parajes de la península, erosionado en origen por ríos de hielo y, por tanto, en forma de U, con paredones verticales y ancho fondo, y con un río con estrechamientos y cascadas. Este paisaje, sumado a los enormes farallones verticales con sus espolones y fajas, se muestran como algunos de los atractivos más renombrados del Valle de Ordesa.

En invierno

Pueblo que puede visitarse durante todo el año, resulta especialmente atractivo en invierno. Si se puede, conviene aprovechar el 17 de enero, cuando sus vecinos suben a San Antón para “rogarle por el ganado”. Es una época en la que Torla–Ordesa se cubre de un bello manto blanco debido a las nevadas. El visitante debe ir bien abrigado, ya que la temperatura baja a varios grado bajo cero, y aprovechar la jornada, cuya luz solar se limita a solo nueve horas.

Villa desde el siglo XVI, aún hoy cuenta con ganaderos y vecinos que trabajan prósperos huertos aunque la gran fuente de ingresos local es el turismo. Por ello, Torla–Ordesa dispone de todos los servicios, desde restaurantes a hoteles y apartamentos. El visitante lo podrá comprobar al pasear por sus calles limpias e inclinadas, casas restauradas y balcones y ventanas engalanadas, sobre todo con la llegada del buen tiempo.

Este paseo entre las casonas –las más antiguas del siglo XIII, con bonitas chimeneas y tizoneras– por este paraje entre rural y medieval no puede concluir sin visitar su iglesia románica, construida sobre una roca por donde pasa la carretera actual gracias a un túnel.