MAÑANA, 10 de Diciembre se celebra la Declaración Universal de los DDHH, promulgada en aquel ya lejano 1948. Y el pasado 4 de octubre, se cumplió el tercer aniversario de que el Papa Francisco publicara la encíclica Fratelli Tutti, Hermanos Todos, en la que proponía un programa de vida en el que se intenta alumbrar un camino a recorrer para quienes quieren construir un mundo más justo y fraterno desde lo cotidiano, desde la política y desde las instituciones. Ambos documentos hablan de humanidad, derechos, igualdad, solidaridad, fraternidad, justicia, libertad, compromiso y futuros compartidos, oprimidos, vulnerables, marginados y caridad.

Al hilo de este motivo, me permito la licencia estimado lector y quizás abusar de tu generosidad manifestando antes de cualquier otra consideración que creo que creo, o mejor dicho, que quiero creer que creo en el Dios del Papa Francisco, Luther King, Oscar Romero, Casáldiga, Ellacuría, Hans Küng, Maritain, Mounier, Juan XXIII y su Pacen in Terris, Setién, Uriarte, Joxe Arregi, Roger Etchegaray, Boff, Ernesto Cardenal, y en el de los sacerdotes vascos fusilados por los golpistas del 36: Aitzol, Lecuona, Guridi, Sagarna, Otano y demás. Sí, en el Jesús que hermana fe y justicia, evangelio, fraternidad y liberación, religión y emancipación. Quiero creer que creo en ese Jesús de Jerusalén y Nazareth, crucificado por escandalizar lo establecido y lo políticamente correcto al cuestionar a sus compatriotas judíos colaboracionistas e hipócritas. Un Jesús enfrentado a los suyos, la historia, el presente y al mismo futuro, que apostó por un mundo mejor, la igualdad entre mujeres y hombres, Jesús de la solidaridad, justicia, libertad, igualdad, fraternidad, optimismo y vida plena. Que se decantó por los oprimidos y marginados. Bueno, rebelde, inconformista, justo, vital, que habló de libertad, alegría, compromiso y futuros compartidos.

Hace unos dos mil años en un pesebre de una cuadra vieja y pobre de Belén de Judea nació un niño natural de Nazaret, hijo de una mujer llamada María y de un carpintero llamado José. Dicen que para paliar el frío reinante e intentar calentar a la criatura sus padres echaron mano del aliento cercano de un burro y de un buey. Este niño al que pusieron de nombre Jesús creció, dio que hablar, adolescente ya empezó a destacar, perdiéndose en el templo e yendo a lo suyo. Creció y escandalizó al estatus quo de los judíos colaboracionistas en el poder con permiso de los romanos ocupantes. Escandalizó, provocó, manifestó la necesidad de la fraternidad, la igualdad entre personas y géneros, la solidaridad, criticó con extrema dureza a avaros, se acercó a los más pobres y vulnerables, curó enfermos, dio de comer a hambrientos, no tuvo pudor en acercarse a mujeres consideradas prostitutas o adúlteras, no soportó la hipocresía, “sepulcros blanqueados”, y golpeó enfurecido látigo en mano a mercaderes negociantes en el templo, predicó un mundo mejor y más justo. Las personas, hombres y mujeres, eran el centro vital de su disidente discurso de emancipación y fraternidad, predicaba que todos los humanos nacían libres e iguales en dignidad y derechos independientemente del color de su piel, sexo, raza, posición económica, nacimiento y que debían comportarse solidaria y fraternalmente los unos con los otros.

Un Jesús que entendía dicha emancipación, la dignidad intransferible de la persona, amén de la igualdad de derechos por encima de cual consideración, hoy llamados DDHH, como clave de bóveda de la convivencia y fraternidad entre los humanos: pero ello significaba posible riesgo y amenaza para el establishment judeo-romano. Y así, aquel Jesús, hombre bueno que pretendía cambiar la propia Historia, revolucionario pacífico que predicó con la palabra y el ejemplo fue por peligroso, detenido, juzgado, condenado, humillado, torturado y crucificado delante de su madre. Mil novecientos años más tarde, un 10 de diciembre de 1948 y tras la II Guerra Mundial la Asamblea General ONU aprobó un Documento titulado Declaración Universal de los DDHH, compendio de normas y principios, garantía de la persona frente a los poderes.

Es el documento más traducido del mundo, y quizá también el más vulnerado, falseado y violado, como lo fue también la concreción del mensaje de aquella persona “impertinente” llamada Jesús. Los DDHH, la libertad, justicia, fraternidad, dignidad, humanidad, igualdad, salud y trabajo, siempre y para todos, son cuestiones que nos interpela la tercera Encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti. Encíclica que reflexiona sobre la significación de la fraternidad y la solidaridad entre todas las personas en la crisis inédita que vivimos. Francisco, como Jesús, nos invita a soñar juntos y hacer frente a lo oscuro de los conflictos, sufrimientos y letales conformismos. La encíclica cuestiona las sombras de un mundo cerrado, cada vez más dividido y en soledad, de una sociedad donde descarta y arrincona a los que ya no son útiles o ya no sirven. El texto aborrece de un paisaje donde muchos pierden derechos y sufren nuevas formas de esclavitud en la medida en que se les destruye como seres humanos, mundo de bienestar hipócrita, sepulcros blanqueados, donde el herido social es abandonado en el camino colectivo, y donde urge gestar un nuevo horizonte, llegar a las periferias y perseverar en la dignidad de la persona. Como decía Jesús inconformista y subversivo pacífico.

Para el Papa Francisco, como Jesús, el ser humano no tiene fronteras y por ello, frente a supuestos límites, podemos y debemos acoger, proteger, promover e integrar a personas diferentes que llegan huyendo de otros lares. Habla de abrir lo local a lo universal. Enriquece. Francisco aboga por una mejor política, suma de voluntades individuales que suponga avances hacia la justicia colectiva, lleve la dignidad de la persona al centro, tenga la solidaridad fraterna como eje, afronte los problemas de hoy, renueve estructuras y organizaciones sociales donde se proyecten y globalicen los DDHH. Una política donde lo social sea base de una misma política que prime el diálogo respetuoso para con el punto de vista del otro. Francisco en su concepción actual de los DDHH insta a buscar la amistad social, la fraternidad y el encuentro con los más desfavorecidos. Aboga por un diálogo constructivo donde el conflicto busque un punto de mínimos acuerdos. Fratelli Tutti nos habla de DDHH, espíritu entre hermanos, reencuentro, diálogo, justicia, solidaridad, fraternidad, caridad y paz como lo hizo aquel niño pobre nacido en triste cuadra.

Confío en Francisco. Pero entiendo que hoy hay, además de todo lo mencionado, una asignatura pendiente, grave, absurda e inexplicable. Y por ello me resisto a terminar sin parafrasear una serie de preguntas de la Teóloga Carmen Bernabé en la revista Hermes nº 71 de la Fundación Sabino Arana titulado Imágenes culturales del lugar atribuido a las mujeres de la Iglesia, estas son algunas de ellas: ¿Por qué no hay mujeres en los ámbitos de decisión de la Iglesia, qué lugar ocupan las mujeres en la Iglesia, qué lugar ocupan quienes son más de la mitad de sus miembros, quién les asigna ese lugar en la estructura comunitaria, y en base a qué, qué razones se dan, será que las mujeres poseen una naturaleza menos perfecta, o será más bien una cuestión cultural que arrastra a través de los siglos y que olvidando su filiación ha terminado por creerse esencial, acaso se puede seguir manteniendo que en la Iglesia el papel de los varones es dirigir, ordenar, decidir, discernir y el de las mujeres escuchar, obedecer, acatar, y limpiar? Si se dice que el Espíritu sopla cuando quiere y donde quiere ¿quién puede decir que no sopla en las mujeres y sus movimientos, en sus justas peticiones e ideas, quién puede decir que no son uno de los “signos de los tiempos” de los que hablaba el Vaticano II? Y por último, ¿hay seguridad de lo que se pretende no es reducirlo a unos esquemas culturales y a unas normas históricas periclitadas que pueden resultar cómodas, pero que, además de ser insuficientes para el hoy, son un escándalo y acabarán por resultar letales?

Ojalá el Fratelli Tutti de Francisco, continuador de aquel Jesús que hace 2.000 años, abra ventanas, puertas y claraboyas al aire fresco y renovado, se avance en la implementación de la fraternidad y de los DDHH, objetivos justos, irrenunciables, esperanza de la Humanidad entera. Que nos veamos en el camino. Caridad. Cáritas. Pues sí. Sea. l