EL lenguaje es un filtro de lo real. Con una pasmosa superficialidad, solemos bautizar con el nombre de "formación" aquello que no pasa de ser "capacitación"; es decir, un entrenamiento para colocarse, para sobresalir ante los otros.
Del mismo modo que las cadenas de televisión compiten por la audiencia, ciertos centros universitarios persiguen obsesivamente el prestigio, la cota alta de colocaciones, el estrellato de la excelencia, la rancia calidad del culto a la imagen. Es la hora de llamar formación al entrenamiento y promoción de los futuros tiburones financieros, y los centuriones del mercado. La Universidad no contempla la crisis, porque ella misma se ha identificado con los que la provocan. Desde el llamado Plan Bolonia, acepta el capitalismo como algo tan natural como la luz solar.
La ideología dominante -Marx sigue teniendo razón- considera al trabajador y su trabajo como una mercancía. Su lenguaje lo delata: en este centro "se fabrican" los mejores mandos; "vendemos" la mejor imagen, "ofertamos" calidad, "suministramos" formación, "promocionamos" individuos íntegros...
Esta ideología mercantil, que confunde la normalidad con la estadística intenta "vendernos" la idea de que ser normal no es compartir, sino competir. Somos una sociedad enferma, porque una sociedad que prodiga los medios ignorando los fines está enferma de un mal que va calando en los propios educadores, en la medida en que estos no solo se adaptan, sino que se identifican con unos reyes magos que tienen camellos, pero que han perdido la estrella.
No recuerdo dónde leí lo que le sucedió a un profesor jubilado cuando, cierto día, se encontró con un muchacho que estaba pescando en un río:
-"Hermoso día para pescar, ¿eh?", le dijo el profesor al muchacho.
-"Sí", respondió lacónicamente este.
-"¿Y por qué no estás en la escuela?", le preguntó de nuevo el profesor.
-"Como usted acaba de decir, señor, hace un hermoso día para pescar".
Esto me recuerda también aquel informe escolar que alguien había recibido de su hija pequeña: "María -decía el informe- experimenta grandes progresos en el instituto, pero sería recomendable que su desbordante alegría no le impidiera progresar aún más". Hemos huido de la vida.
Padecemos el síndrome de un culturización programada menos para el adiestramiento en los valores de la vida que para una violencia competitiva revestida de normalidad.
Esta es la cultura que nos vende el pensamiento unidimensional, donde el miedo a lo otro, a lo distinto, percibido como amenazante, provoca que seamos más ofensivos con el escudo que con la lanza. El miedo cotiza en bolsa.
Esta sociedad individualista, excluyente, privatizante y atenazada por la posesividad, no puede, así, hallar la paz; ninguna clase de paz. No la lleva en su corazón, plataforma fundamental por donde habrá que iniciarse un camino de transformación hacía la verdadera vida, a eso llamo yo, formación, lo demás, no deja de ser pura mentira.
Refiriéndose al futuro, decía hace unos días Vicente Verdú que "sin saber cómo será el porvenir, sin duda diferirá sustancialmente de este presente", ya que "los daños de una competitividad salvaje, la crueldad de las diferencias sociales más acusadas del siglo y la dinámica de un mundo occidental crecientemente infeliz van segregando (...) una esperanza en que el mundo próximo será necesariamente más solidario". Todavía hay esperanza.