El horizonte del Athletic se comprime a cada partido que disputa, y no gana. La amplitud de miras que razonablemente compartida en el club y en la calle ha perdido su razón de ser. Dentro no se sabe, pero los seguidores albergan ya serias dudas en torno al futuro, por no decir que lo ven con malos ojos o miran de reojo, como cuando no se quiere ver qué hay delante. Y es que lo que va quedando atrás está resultando muy decepcionante. Cómo será que recién inaugurado noviembre la gente no tiene ni ganas de hablar del equipo.
Es el peaje a abonar si la vaca deja de dar y se barajaban unas expectativas plenas de optimismo, sonrisas y celebraciones. Normal que en el entorno se genere desconcierto y perplejidad si los acontecimientos no se acompasan con esa ilusión. El asunto no va de tal o cual resultado; no, lo que nos ocupa engloba dos meses consecutivos plagados de reveses. Nos hallamos ante un fenómeno, al parecer, inesperado para la inmensa mayoría y que de tanto repetirse se ha convertido en una dinámica. Demasiado crudo para ser asimilado de buenas a primeras.
Ante la nueva realidad del Athletic, el personal no sabe qué pensar. Le cuesta interpretar lo que observa y, sobre todo, le cuesta admitir que ni por asomo había visto venir semejante cambio a peor en el juego y en los resultados. Quizás, por no decir que seguro, no se reparó en que la plantilla había cubierto dos temporadas a pleno rendimiento, dando la talla con creces e invirtiendo un enorme desgaste en la gestión de calendarios de una exigencia siempre al alza. En fin, una dinámica que no es fácil prolongar en el tiempo, menos todavía para un grupo no acostumbrado y que en el vigente curso pretendía seguir respondiendo como si tal cosa mientras combinaba sus obligaciones domésticas con el reto máximo que supone codearse con los mejores conjuntos del continente.
Es evidente que las hazañas previas no han salido gratis. Hay un colectivo peleón, bien organizado en torno a una idea y con cierta calidad, pero para sostener en el largo plazo su propuesta generosa necesita contar con todos sus efectivos en condiciones, lo cual se está comprobando que es imposible. Al margen de contratiempos de fuerza mayor o irreversibles como serían los casos de Prados, más trascendente de lo que puede parecer, o Yeray, resulta que aquellos elementos que acaparan titulares, focos, fama y los mejores contratos, andan bajo mínimos.
La suma de las aportaciones de los Williams y Sancet no alcanza ni para un aprobado raspado. Pese a haber disfrutado de todas las oportunidades posibles y más, ninguno ha dado la talla y el resto del colectivo no lo ha podido compensar. Quienes no son figuras tampoco han lucido y varios acusan el mutis de las referencias. Sin liderazgos ni consistencia, carece de sentido pedir soluciones a aquellos que ni siquiera gozan de continuidad. Y las incorporaciones del último mercado (y de otros anteriores) tampoco han servido para subsanar la flojera de las estrellas.
Detrás de esta flojera, que ya puede incluso resultar irritante, concurren decisiones y privilegios que trascienden a los interesados en términos de responsabilidad y si el rumbo no se endereza terminarán por aflorar, pero bueno, lo que realmente importa es que el problema sigue existiendo y constituye un lastre para un equipo en apuros. Del derbi cabe extraer la jugada del gol decisivo, fiel reflejo del estado de los rojiblancos. No es ni medio normal en ese minuto, en un córner y con todos los hombres en el área, que se permita que los únicos que toquen el balón tras el despeje, y hasta tres veces, sean de la Real y nadie les encime o estorbe. Otro detalle significativo: a diez minutos del final Valverde agotó los turnos de los cambios y dejó dos sin hacer. Aparte de privarse de un recurso valioso con un marcador incierto, aunque positivo, se entiende peor porque el miércoles aguarda otro compromiso, este de Champions. Y ya puestos, a ver cuál es el plan para la visita al Newcastle. Cuántas balas está dispuesto a gastar allí Valverde. Cuántas puede gastar en el actual contexto.
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