La descripción y las valoraciones de lo visto en el campo del Besiktas dejan escaso margen para extenderse al día siguiente. Lo que había que decir sobre el desarrollo del partido queda condensado en el marcador. No es ni medio normal que el Athletic reciba cuatro goles, hay tenemos la hemeroteca para corroborarlo. Cuatro goles que por muy poco no subieron a seis o siete. Y este aspecto sí que es relevante porque dicha posibilidad estuvo en un tris de plasmarse y no fue el fruto de una ofensiva feroz del rival. Ni mucho menos: a lo sumo se registraron ocho aproximaciones al área de Agirrezabala y todas ellas pudieron terminar con la pelota en la red.

El dato pone en evidencia una fragilidad colectiva sin precedentes. Aunque en casos así se tiende a buscar culpables y es normal que uno o varios jugadores queden retratados, esta vez la debacle respondió a que el Athletic falló como conjunto. Estuvo desconocido en una faceta básica, clave para explicar su gran trayectoria de los últimos tiempos. Si por algo se caracteriza, descontada su eficacia en ataque, es de justicia resaltar la forma en que se maneja sin balón. Es motivo de admiración cómo se organiza para realizar una labor que requiere actitud y energía, pero que funciona gracias a la coordinación, a partir de la implicación de todo el mundo.

La consecuencia de que el Athletic no robase, ni lejos ni cerca de su área, se convirtió en un obstáculo insalvable para crear juego. Conseguirlo en estático, salir tocando desde atrás no es su especialidad, menos si delante hay un bloque que no arriesga posicionalmente, pues su fortaleza estriba en la velocidad de sus puntas, y el estado del terreno tampoco acompaña. Puede intentarlo, claro, pero prefiere generar desequilibrios cuando interrumpe las maniobras del adversario, a poder ser más allá de la línea divisoria. Entonces se activa y hace daño de verdad.

Dio la impresión de que, aparte de mantenerse fiel a su personalidad, el Besiktas tenía la lección estudiada y lanzó un reto muy simple: a ver si rompes mis líneas saliendo desde atrás, que aquí te estoy esperando. Así, se asistió a un sinfín de pérdidas, debido a que las líneas estuvieron muy distanciadas entre sí y la pareja de medios, sobre la que se ejerció una presión evidente, ni recibió en condiciones ni pudo girarse para distribuir. De ahí la reiteración de envíos largos desde la zaga hacia la banda de Nico Williams, a quien también los turcos habían estudiado a fondo. El extremo tuvo un vigilante que le atosigó y que contó además con los apoyos precisos para abortar cualquier aventura individualista.

Para decirlo todo, Nico Williams acumula un buen puñado de semanas sin inspiración, dentro del tono discreto que englobaría su temporada hasta la fecha. La atención mediática de que es objeto apenas se corresponde con sus méritos en el campo. Circunstancia que no debería sorprender; al fin y al cabo, se trata de un proyecto de figura que aún debe aprender a comportarse como tal.

Anulado Nico Williams y en ausencia de su hermano y Sancet, las opciones del Athletic en ataque a la fuerza se han de resentir. Las notables aportaciones de Berenguer no siempre pueden compensarlo. Tampoco Unai, al que por más que se le ubique como enlace, no acaba de desplegar un repertorio que le permita encajar en el dibujo. Seguro que agradecería partir de zonas menos adelantadas, lo de fajarse en la presión de los centrales está bien, pero participa poco cuando el equipo se adueña de la posesión.

Estas y otras cuestiones afloraron en Estambul y, encima, todas juntas para propiciar un varapalo que se antoja excepcional.