Una vez más el barco europeo hace aguas y como siempre se reactiva el debate en torno a la debilidad política del proyecto. Es el momento de preguntarse de nuevo qué hacen los estados para reforzar la nave durante los periodos en el que el mar está como un plato, con el viento y la corriente a favor. Qué hacen en definitiva esos gobiernos dispersos geográficamente, por ideología y hasta en la escala Richter del europeísmo para que los tiempos de zozobra no obliguen a carenar en dique seco, con urgencia y de aquella forma.

Ahora toca la marejada de la política de Donald Trump, que un día te pone la pistola en la sien para exigir el pago de aranceles y otro para aumentar el gasto militar. Es curioso que precisamente quien es capaz de desestabilizar su propia casa y todo el contexto político internacional cada vez que abre la boca sea quien vea riesgos para la seguridad y plantee reforzar la única organización internacional en la que cree, la OTAN, que algunos casi habíamos olvidado que existía. Lo mismo ocurre durante el invierno con los incendios.

Nadie se acuerda de ellos hasta que prende el primer fuego y arde la piel de toro y la escena política española, más parecida cada día a una mancha de petróleo en el océano que se inflama con cualquier chispa. Es el mal de la política: estar de brazos cruzados hasta que llega el desastre y actuar con prisas o echarle la culpa al contrario.