Pues la Liga 2025-2026 ya ha comenzado. El balón ha echado a rodar aunque, en realidad, el fútbol, ese deporte de barro y barrio, es en realidad una pasarela de excesos, un escaparate de lujo donde el balón apenas se ve entre tanto billete. Decimos que amamos el fútbol, pero lo que estamos viendo se parece tanto al fútbol como un desfile de moda a una manifestación obrera. Antes, un chaval con hambre soñaba con debutar en el primer equipo. Ahora, sueña con firmar con un agente que lo coloque bien, aunque no juegue ni un minuto.

Los clubes, convertidos en multinacionales, cotizan sentimientos en bolsa mientras venden camisetas a 150 euros en países donde la mitad de la población no llega a fin de mes. No me malinterpreten: el talento hay que pagarlo. Pero lo del fútbol ya es otro nivel. Es una especie de reality show de lujo, una simulación de deporte en la que los estadios se levantan con fondos públicos, los salarios se tapan con patrocinios dudosos y los aficionados solo son tratados como clientes VIP si pueden pagarlo, claro. El fútbol, nos dijeron, era lo más importante entre las cosas menos importantes. Hoy, parece lo más caro entre las cosas más absurdas. Y aún así, ahí seguimos, como fieles creyentes, soñando con una remontada que devuelva algo de sentido a este circo dorado. Juegan once contra once, pero el que no tiene un fondo soberano detrás, pierde.