Los avatares del estío y otros menesteres me tienen cercado espacialmente por la figura del becario que estos días pringa en todo aquello que el currela titular declinó teclear, por aquello del rango, hace tiempo. Me busco en aquel momento donde calentábamos esa silla durante más horas de las que tiene una jornada y recuerdo el ansia por tocar los temas que llevaban apuntados en su cuaderno –el móvil era entonces un objeto de lujo recién llegado– los que después serían mis compañeros de fatigas, y a veces hasta de risas. A trancas y barrancas, algo inherente a esta otrora admirada y ahora cruel profesión, el objetivo quedó colmado sin mayores ambiciones. Muchos de todos esos profesionales pertenecen ya a la prehistoria y gozan de un merecido retiro que les permite disfrutar del mundo y de todos esos ratos perdidos por el camino que les privó de lo que el común de los trabajadores entiende como normalidad, léase, por ejemplo, plantearse con premura un plan de fin de semana. No digamos ya el gremio de deportistas de papel y bolígrafo al que también pertenecí. Colocándonos en el presente, y aunque al túnel, si todo va bien, le quedan etapas por cubrir, el foco se dirige otra vez a ser como ellos. A levantarse una mañana y no repasar portadas ni surfear en redes en busca de algo de lo que tirar del hilo. Y más viendo para lo que ha quedado el oficio. Chiques, ¡estáis a tiempo!... De salir corriendo. isantamaria@deia.eus
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