Algo hemos perdido por el camino desde el 26 de agosto de 1983 hasta el 6 de febrero de 2020. Tragedias ha habido, hay y habrá. Lo que cambia es la forma de afrontarlas: con un espíritu de ponerse en pie, arrimar el hombro y salir adelante juntos, o con el menos decoroso ánimo de poner zancadillas e intentar sacar tajada desde el minuto uno. No vi en las inundaciones de 1983 a nadie echando barro a las puertas de nadie, sino muy al contrario, contemplé cómo miles de personas se remangaban para tirar de pala sin mirar de quién era el portal que tenían delante. No escuché a los portavoces de los partidos de la oposición lanzarse a degüello contra las instituciones que gestionaban aquella crisis, ni leí retorcidas informaciones que rayan la indecencia periodística por falsas, malintencionadas y tremendamente irresponsables. Asustar a los ciudadanos con escenarios catastrofistas sin fundamento, jugar con los sentimientos cuando hay víctimas de por medio, no dar ni agua al enemigo, dar la impresión de que se desea y se busca que las cosas vayan mal, cuanto peor, mejor... para rascar unos votos y unos ejemplares (casi siempre, ambas cosas a la vez) son hoy el pan del día. Algo hemos perdido por el camino. Unos seguramente, la inocencia de creer que todo el mundo trabaja por el bien del país antes que por el propio; otros, la vergüenza de lograr el botín en la tragedia, eso que se llama saqueo y es delito. Tal vez obtengan alguna renta pero, ¿el precio merece la pena?