AHORA que vamos despacio, o más despacio, en lo relativo al crecimiento económico, no vamos a contar mentiras, sino a mirar hacia atrás y hacer un modesto balance de la fase de la recuperación. Sin entrar en cifras, si se suman los incrementos del PIB registrados en Euskadi desde 2014, el salto ha sido importante. El caldo de la producción de las empresas ha engordado, el traje del empleo es dos tallas mayor y las administraciones vuelven a tener la caja llena. Sobre el papel, este año y el próximo, al menos, también serán positivos. Pese a las reservas que generan la ocurrencia de la american people de poner a un personaje de tebeo al frente de la primera economía mundial, el tiro al pie -que diría el profesor de Deusto Mikel Larreina- que se han pegado los británicos o el frenazo de la locomotora alemana, el horizonte se intuye despejado. Dicen los expertos y los responsables de la política industrial vasca que las empresas están trabajando ya en un modelo de crecimiento más sostenible. Habrá que creerles. Ciudades como Bilbao estudian medidas frente al uso abusivo del transporte privado. La Diputación de Bizkaia está abriendo camino en el mundo de las inversiones con criterios sociales y medioambientales. El Gobierno vasco activa ayudas para favorecer la descarbonización de la economía y la sociedad en general. Y en medio de todas esas actuaciones la gran duda es qué están dispuestos a hacer los ciudadanos para mejorar el entorno. Y sin su concurso, el objetivo se aleja.