Parafreando con fórceps a Gil de Biedma, anoto aquí que de todas las historietas tristes de la historia, una de las más tristes es la de Juan Lobato. ¿Juan qué?, habría preguntado hace una semana cualquier mortal ante la mención de su nombre. Incluso después de sus tres días y medio cabalgando sobre titulares que, decididamente, le vienen grandes a una menudencia política como él, habrá muchas personas que sigan sin caer. En realidad, a estas alturas ya no importa. Desde ayer es pasado. Otra de tantas figuras públicas de aluvión defenestradas porque empezaban a resultar molestas para la cúpula de sus organizaciones. Y si afinamos más, el enésimo teórico líder de la sucursal madrileña del PSOE arrojado por el desagüe después de haber incomodado a la superioridad. Todos y cada uno de ellos, por cierto, acreditando batacazos electorales del nueve largo, como difundía a mala leche el canal televisivo teóricamente progre de uno de los principales grupos mediáticos de la diestra sin complejos. “De profesión, perdedores”, era el encabezado de la pieza que recogía las tres décadas de vía crucis de la tercera agrupación socialista del Estado en número de militantes. El último dirigente glosado era este Juan Nadie, digo Lobato, que acaba de echar rodilla a tierra a través de una tan kilométrica como autocompasiva carta de dimisión. Dice el desventurado cesante que se va para frenar el enfrentamiento y la división que se estaba generando en su partido. Tan combativo el martes y tan achantadito el miércoles. En realidad, este último comportamiento es el más natural en su ser. Porque lo suyo ha sido un accidente. Hasta ahora, el chico bienmandado de Ferraz no se había salido ni un milímetro del carril. Solo cuando intuyó que le estaban preparando la cama para entregar su cargo a otro esforzado pelota de Sánchez levantó la voz. Pero al despertarse la mañana siguiente, se encontró una cabeza de caballo junto a la almohada. Y se ve que entendió el mensaje. - Javier Vizcaíno
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