LA supervivencia es uno de los objetivos centrales de las investigaciones que promulgó Charles Darwin. El naturalista inglés manejó la idea de la evolución biológica a través de la selección natural como eje sobre el que rota su pensamiento y, sin embargo, no se detuvo solo en la ciencia. No en vano, también se le conoce un pensamiento científico que venía a decir algo así como que “el ser humano puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero solo un segundo sin esperanza”. La idea, estarán conmigo, está cargada de buenas razones.

En un mundo donde el cambio es inevitable y continuo, la necesidad de lograr ese cambio sin violencia es esencial para la supervivencia. Es justa esa la idea con la que han trabajado los propietarios de la Casa de la Palmera en Zorrotzaurre, puros partisanos, resistentes antes de vender el inmueble como si fuesen, qué sé yo, los últimos de Filipinas.

Cómo se lo explico. Al parecer ellos tienen la esperanza de sacar una buena tajada de la venta y se aferran a la propiedad sin violencia alguna. Lo han hecho de tal manera que ya han llegado a un acuerdo con las promotoras de la zona: tienen un plazo para la venta mientras acceden a que se usen los terrenos para el paso y aparcamiento necesarios para la urbanización de la zona. La Casa de la Palmera, santo y seña de otra época, cuando los indianos eran algunas de las tribus elegidas.

El edificio con miradores de madera y medallones en su fachada, con toques modernistas en el portal, suma más de 120 años y fue construido por la familia Etxebarria. Siempre se ha ido transmitiendo por herencia familiar generación tras generación. Ahora, como les dije, cuentan con el ladrillo de la esperanza como su última reparación, si es que me lo permiten decir así. Confían en encontrar alguien que compre aunque saben que no hay precio que valga cuando uno se aferra a los sentimientos. Habrá que cerrar los ojos y el corazón para vender.

Hubo incendios y okupaciones a lo largo de estos años; hubo propuestas y fotografías de gente paseante que se acercaba a ese edificio, testimonio de una era que ya no es. Hubo relatos alrededor de la palmera y hubo gente que daría un nosequé para evitar su desaparición. Es el ayer que se va para siempre. Una pena.