LA elección de alcaldes celebrada el sábado tras las pasadas elecciones municipales ha dejado patente en el Estado español la consolidación de dos bloques ideológicos cada vez más sólidos e impermeables, incapaces de alcanzar acuerdos transversales, salvo alguna excepción más o menos significativa: las tres derechas conformadas por PP, Ciudadanos y Vox, por una parte, y la izquierda, con el PSOE, aunque sin demasiada ayuda de Podemos, por la otra. La política de pactos ha beneficiado, sin duda alguna, a la derecha, sobre todo al PP. Con un resultado electoral paupérrimo, los populares han sabido rentabilizar la alianza de su respectivo bloque, haciéndose con alcaldías emblemáticas en ciudades importantes como Madrid, Zaragoza, Oviedo, Salamanca, Murcia, Badajoz y Córdoba. Y con el añadido de lo sucedido en Nafarroa, sobre todo en Iruñea y otros municipios como Barañain, Burlada o Lizarra, donde la derecha de Navarra Suma logró las alcaldías gracias a la inexplicable actitud del PSN, que anticipa otra frustración en forma de nuevo agostazo en la comunidad foral. Pero el pacto de las derechas tiene un componente perverso que merece ser subrayado, por cuanto que de esa entente forma parte un partido de ultraderecha como Vox. Ya ocurrió en Andalucía, donde el PP y Ciudadanos forman gobierno gracias al partido de Santiago Abascal, que ha logrado, además, introducir en la práctica política del Ejecutivo elementos clave de su delirante ideario ideológico y ha obligado a cambios significativos en el mismo sentido xenófobo y antiigualitario en los Presupuestos ante la amenaza de tumbarlos. Es cierto que Vox carece de poder efectivo. Ni siquiera ha peleado por una alcaldía o por formar parte de un gobierno, porque su interés está ahora mismo precisamente en lo que ha conseguido: capacidad de influencia y, en último término, su blanqueamiento, su homologación democrática por parte de PP y Ciudadanos. Ayer mismo, todos los partidos alemanes se unieron para impedir que la extrema derecha llegara a la alcaldía en Görlitz y la CDU de Angela Merkel dejó bien claro que “nunca va a cooperar” con los ultras porque saben “distinguir entre conservadores y reaccionarios”. Un discurso coherente, democrático y ético, que contrasta con la acción de PP y C’s, capaces de legitimar, mediante pactos firmados, a la extrema derecha española, tan reaccionaria y peligrosa como la alemana.