IENDO la final de Copa un derbi vasco, nuestra televisión púbica tenía todo por ganar fuera quien fuera el campeón. ETB echó el resto. Primero, consiguiendo los derechos de emisión para su canal en euskera, mientras Telecinco se quedaba con lo demás. Y después, llevando a Sevilla lo mejor de su equipo deportivo y desplegando cámaras y reporteros por Bizkaia y Gipuzkoa tras una semana de programas especiales, muy emotivos. El resultado mediático y social ha sido el mejor, comenzando por un esfuerzo de neutralidad con las aficiones del Athletic y Real y terminando con una jugosa audiencia. El resultado deportivo -¡ay, amigo!- es otra historia.

La pandemia nos ha robado lo más bonito: el ambiente de las gradas con la fusión y rivalidad de las hinchadas vascas y la rechifla al himno y el rey español que tanto enfadaba a políticos y medios constitucionales, con amenazas de aplicación del 155 en el estadio, la suspensión del partido o severas multas. Nos hemos perdido las ridículas maniobras de la tele por censurar la realidad bajando el volumen de la protesta, esa parte extradeportiva pero reveladora que tanto nos divertía.

Por suerte, Euskal Telebista y Telecinco no quisieron llenar con artificios digitales el vacío humano y su insustituible presencia. Fútbol sin espectadores es como el sexo virtual, un consuelo masturbatorio donde sólo se mantiene el gol como orgasmo. ¿Y si hubieran intentado, por intervención de alguna prodigiosa tecnología, que los vítores y lamentos de la gente desde casa rebosaran ruidosamente La Cartuja? Con imaginación, ocupar los asientos con personas a través de pantallas en tiempo real hubiera sido posible. Nos quedamos con el protagonismo de la mujer linier, más que una anécdota, y la honra del Athletic en la derrota. En quince días nos vemos de nuevo en Sevilla para brindar con otra Copa vacía.