Pablo Casado siente cómo el frío recorre su espina dorsal. Sabe que aún todo puede ir a peor. Y ese fracaso tan previsible en el 26-M le señala como único culpable. La desconsoladora pérdida de su poder territorial puede ser desquiciante para la estabilidad económica y política del PP a partir del escrutinio de mañana. El fundado riesgo de que deje convertido su partido en un sándwich entre la supremacía del PSOE y el sorpasso estratégico de Ciudadanos aflora como real. Simplemente la significativa caída de Madrid en favor de la izquierda enardecería a una multitudinaria legión de afiliados y dirigentes iracundos al asumir su nueva condición de desempleados. Este desalentador panorama adquiriría tintes dramáticos si se quedaran muy probablemente sin Castilla y León después de casi 40 años. Entonces, el inmediato ajuste de cuentas sería imparable. Todo por culpa de una estrategia voxdependiente, de un ensimismamiento desmedido de poder y de la consiguiente catarata de errores de una novel dirección, insolvente cuando encara retos de envergadura. Ante semejante vendaval, Casado prefiere taparse los ojos.

El fuego cruzado entre Maritxell Batet y el juez Marchena por culpa de la suspensión, ya definitiva, de derechos a los diputados procesados ha soliviantado el final de esta campaña, aunque se jugara en otro campo. Se ha asistido a un pulso de enorme repercusión que tendrá su segunda vuelta en Estrasburgo. No es baladí que siquiera de momento tras la resolución no unánime de la Mesa -Unidas Podemos ha preferido ponerse de lado antes del domingo electoral-, el Congreso vea rebajado su quórum tras conocer las votaciones tan ilustrativas del pasado martes, con ese frontispicio del grupo de los 175. Así las cosas, y asentado en el previsible apoyo de Unidas Podemos y PNV, Pedro Sánchez encara risueño su investidura sin necesidad de esperar a la voluntad de ERC, que volverían a quedar fuera del tablero.

En cualquier caso, al final siempre se acaba hablando de Catalunya. Ocurrirá también en los próximos años. El virus del procès se ha inoculado de tal modo en la vida institucional que el permanente conflicto del Parlament pasa a dirimirse ahora en las Cortes sin necesidad de que llegue a plantearse, no sin dosis de ingenuidad, llevar el Senado a Las Ramblas. El soberanismo sabe que ha puesto nervioso al Estado español y por eso seguirá pegando en el clavo. De momento, tampoco ambiciona mucho más a la espera de una sentencia del Supremo que puede calentar las hogueras. Ahora bien, tampoco debería descartar que el nuevo juego de mayorías le dejara al margen, o al menos relativizara su pulso permanente.

En medio de semejante maraña, el PSOE avanza triunfal como jamás imaginó cuando zozobraba por aquellas tinieblas posteriores a la defenestración electoral de Rodríguez Zapatero. La inesperada recuperación de feudos históricamente perdidos consolidará el reinado de Sánchez para una larga travesía. Por si fuera poco, siempre tendrá de su lado la reconocida capacidad de la derecha para autodestruirse con la ley d´Hont en la mano.