LOS usos militares sacuden la democracia española. Es una inquietante sensación que flota en el ambiente de esta desenfrenada precampaña dominada por fichajes estrambóticos como señuelo y el eco de algunas propuestas escalofriantes. La imposición de algunas listas ha desnudado los procedimientos imperiales utilizados sin piedad por Pedro Sánchez, Pablo Casado y, en menor medida, Albert Rivera. La designación manu militari de significados cabezas de lista se ha reído hasta el ninguneo de ese panfletario llamamiento a que queda reducido el supuesto respeto a la voluntad de los afiliados. Se acabó la disidencia. En la próxima legislatura, los partidos con opción de gobierno anteponen en su propia casa la fidelidad al debate libre de las ideas. Por contra, la agresividad que se sigue apoderando a golpe de encuesta de la dialéctica partidaria asegura tristemente en el futuro Parlamento minutos de gloria para el diálogo de sordos, la frase hiriente y el espectáculo grotesco.

La hilarante imposición de la marquesa y aznarista Cayetana Álvarez de Toledo para representar al PP por Barcelona con un verbo integrista y de desprecio ostentoso del catalán, o el implacable destierro de los susanistas en la batalla de su venganza sirven como funestos ejemplos de unas prácticas totalitarias que desgarran la credibilidad en la vida orgánica de los partidos. Ciudadanos ha tenido menos suerte en el intento por el pucherazo descubierto para convertir en candidata a la enrabietada Silvia Clemente. A cambio, Rivera ha conseguido hacer un hueco a otros incombustibles reconvertidos como el exministro socialista Corbacho o el expresidente balear del PP Bauzá. Tras semejante trasiego, la vida interna de estos partidos se ha convulsionado por la acumulación de agravios personalistas, luchas intestinas y riesgo de posibles abstencionistas. El PP se lleva la palma. Casado, con la inestimable ayuda de Teodoro García Egea, se ha encargado de ensanchar la lista de damnificados y estupefactos por tan expeditivas decisiones que, en buena parte, reflejan el progresivo nerviosismo que provoca la temible sensación de un descalabro electoral. Como mínimo, descubren su debilidad. Ahí queda estéril ese llamamiento desesperado a Ciudadanos para concurrir de la mano al Senado y así evitar la previsible mayoría del PSOE que aguaría la aplicación del 155 en Catalunya.

En el caso de Vox, esos tics dictatoriales son marca genuina. Además, los lucen con orgullo desafiante ante la desesperación de una mayoría social entre atónita y preocupada -meter el arma en cada cocina- por el creciente apoyo electoral de esta formación que, sobre todo, atormenta al PP. Ha llegado el neofranquismo. El refugio histriónico que ha venido para quedarse al menos el tiempo que duren el conflicto catalán y una desatada xenofobia. La febril añoranza de aquella funesta dictadura tiene asegurada su pestilente esencia en la próxima legislatura de las Cortes. Y lo hará con la irrupción de un poderoso grupo parlamentario bajo el mando de militares enfurecidos por las cotas de libertad que se han ido conquistando. Resulta estremecedor asistir a la inquietante racha de fichajes de esos ultramontanos castrenses defensores de la unidad inquebrantable de España como única apuesta electoral. Desde luego, la presencia en las instituciones democráticas de esta derecha fascista, cada vez más arrogante por envalentonada, constituye posiblemente la venganza más cruel contra España que jamás pudieron imaginar un día los líderes del procés.

Sin duda, Catalunya como asignatura política y judicial seguirá condicionando cada maniobra de los partidos aquí y en Waterloo más allá de las dos inmediatas citas electorales. De momento, el independentismo no asiste a sus mejores días más allá de los ridículos minutos de gloria de Quim Torra enredando torpemente su credibilidad con los lazos de colores y el pataleo del recurso inviable. A su vez, las últimas acusaciones directas escuchadas en el juicio del Tribunal Supremo comprometen cada vez más a los encausados, aunque siempre habrá quien tenga la tentación de ningunearlas porque vienen de boca de guardias civiles, pero el juez Marchena las ha escuchado. Paradójicamente, esta vista oral pareciera haber perdido la atracción de su trascendencia pública después de asistir a las comparecencias de los testigos institucionales cuando, en realidad, ahora se asiste a declaraciones hirientes que incomodan la estrategia de las defensas porque desvelan ciertas tentaciones de imponer la voluntad al precio que fuera y sin rechistar.