LA Corte asiste incómoda a una creciente desesperación. No le salen las cuentas para echar a los rojos. El juicio del procés se desinfla día a día sin testimonios fehacientes de violencia despiadadas, el Real Madrid se estrella ante el independentista Piqué en la Copa y, aún peor, Pedro Sánchez se sobrepone gallardo con una creciente popularidad de su imagen de resistente al castigo inmisericorde del barriobajero vocabulario de la derecha. Así fluye la prueba más palmaria de que hay mucho partido por jugar hasta el 28-A del que se creían quienes suspiran por el adelanto electoral. Tanto, que el presidente asoma encantado, pero de puntillas, por ese escenario de la bronca y la descalificación permanentes, que solo sirven a estas alturas para soliviantar al contrario y rescatar para la urna a ese socialismo recluido en la abstención desde hace años. Además, en los últimos estertores de su mandato, el Gobierno está exprimiendo sin recato alguno el BOE hasta límites que no soportaría, desde luego, si estuviera en la oposición. La manida utilización del decreto de ley erosiona como mínimo el decoro reglamentario y algunas maniobras por debajo de la mesa como la renovación en el Consejo de Seguridad Nuclear debería enrojecer a sus promotores, los mismos que hace ocho meses denigraban al PP por los mismos trampantojos.

Ladran, luego cabalgamos le viene a decir a cada momento el gurú Iván Redondo a su cliente en La Moncloa. Es así como Sánchez parece estimularse para dinamitar cada viernes el tiempo escoba de la legislatura con una cascada de decisiones que entrañan un significativo calado ideológico de fácil traslación a la sensibilidad del votante. Los guiños ideológicos que contienen decisiones como la de ayer sobre la lucha contra la discriminación en el trabajo por razones de sexo a una semana del 8-M hacen mucha mella en el ánimo de los rivales, pero sobre todo sirven para retroalimentar la ilusión en la izquierda por la consolidación de nuevos derechos civiles. Precisamente por ahí, a modo de respuesta firme a esa desafiante amenaza de Vox contra la igualdad de género, el PSOE ensanchará, y mucho, su respaldo electoral.

Sánchez ve cómo el tempo del partido, que se juega entre Catalunya y la polarización entre la derecha y los demás, se ha situado donde más le conviene. El desarrollo del juicio a los ideólogos independentistas constata que apenas un gesto, un pequeño paso al frente de la sensatez hubiera evitado tanto sufrimiento y, quizás, el actual enconamiento que parece llevarse buena parte del próximo resultado electoral. Tras escuchar la cronológica declaración pormenorizada de Iñigo Urkullu en un marco de expectación absolutamente corroborada, Mariano Rajoy nunca se perdonará su fatal indecisión. Aunque quizá resulte mucho más irritante el estrepitoso fracaso político de la aranzadista Soraya Sáenz de Santamaría, a quien el conflicto catalán dejó en evidencia mientras quedará para la historia de las alcantarillas quién puso tanto empeño en que el 1-0 hiciera tanto daño para tanto tiempo.

De momento, en el minuto y marcador de la precampaña, entre el desmantelamiento de una autonomía bajo las botas del 155 y la rendija del diálogo con o sin relator, es muy posible que la alternativa gestada sin desmayo por Miquel Iceta acabe por obtener su legitimidad en las urnas. Este desenlace, unido a la vuelta al redil de miles de andaluces ahora alarmados, podría aguar hasta la desesperación las expectativas de Pablo Casado y Albert Rivera, imbuidos en la búsqueda desaforada de fichajes de la Liga fantástica mientras destilan mensajes apocalípticos. Una ventaja socialista, por tanto, y a la que contribuiría en muchas provincias la singularidad de la Ley d’Hont pero en un porcentaje muy inferior a las conclusiones de un director CIS que parece no recatarse mínimamente siquiera tras sus recientes patinazos.

Ciudadanos, a su vez, empieza a sentir dentro de su casa los efectos nocivos de sus virajes estratégicos. La desafección hacia Sánchez le puede romper todas las costuras. Una nítida victoria socialista le arrastraría al ostracismo a Rivera durante una pesada legislatura y desinflaría el despegue estatal de Arrimadas. A cambio, la mayoría de la derecha extrema le asociaría alarmantemente para su imagen dentro y fuera de España con el neofascismo de Abascal en vísperas de las europeas. Un auténtico sándwich político del que solo podría salir con los más que previsibles pactos autonómicos con los socialistas y que se imaginan en más de una comunidad.