LE están cayendo palos por todos los costados, pero él se lo ha buscado. Cuando alguien llega tan lejos en la jungla futbolística le obsequian con panegíricos, pero también se expone al escarnio porque de la gloria al fracaso tercia el canto de un duro. En su lánguida comparecencia ante los medios de comunicación tras la final de Copa, Ernesto Valverde, de habitual hábil ante la canalla, intentó justificar la coyuntura del Barça con un análisis que irritó aún más al aficionado culé: “Si a alguien le dan a elegir que va a llegar al 1 de mayo pudiendo ganar tres títulos, habiendo ganado uno y perdido los otros dos, todo el mundo se quedaría con esa opción”, destacó. Semejante exposición enervó al hincha frustrado e incandescente. Lo paradójico de la situación es que los azulgrana habían asumido de antemano la hipótesis del doblete. El título de Liga comenzó a festejarse allá por febrero y la Copa (¡ala!, otra Copa) tenía el sabor insípido de la rutina. En otro tiempo semejante cosecha habría levantado pasiones y el elogio unánime a jugadores y técnico.

Hay que ver lo cruda que es la vida del hincha aristocrático. Consternado por el hostión de Anfield, el sueño de la Champions prometido por Messi se transformó en depresión galopante, de tal forma que de haber ganado la XXI Copa, quinta consecutiva, apenas habría servido de mero atenuante.

Con este panorama, la verdad, el triunfo del Valencia en cierto modo congracia el fútbol con su esencia, es decir, celebración y jarana, y también ensalza el poder motivador de la ilusión, factor que impulsó a los chicos de Marcelino García Toral en la ardiente noche sevillana hasta derrotar al coloso blaugrana. El guion imaginado por ambos contendientes se plasmó sobre el césped del Benito Villamarín, y en cambio apenas apareció el hecho diferencial, la magia de Lionel Messi, y cuando el astro argentino brilla por su ausencia el Barça deja de ser una constelación.

El Barça llegó hasta las semifinales de la Champions, algo que no ocurría desde 2015, cuando sumó con Luis Enrique su quinta Copa de Europa. Se impuso por 3-0 al poderoso Liverpool y es verdad que en Anfield tuvo una noche tétrica, que pasará a la historia nefanda del club por los siglos de los siglos. Pero acabó LaLiga Santander con 87 puntos, once más que el segundo clasificado, el Atlético, y a una distancia sideral, 19 puntos, del Real Madrid. En la Copa dejó por el camino a dos ilustres, como son el Sevilla y el equipo blanco. Alcanzó la final y aunque perdió ante el Valencia tuvo el arrojo de sobreponerse a su penosa primera parte con orgullo, buscando el empate hasta el segundo final. Y sin embargo...

Todo esto quiso destacar Valverde en noche de difuntos, y no parece poca cosa, pero al culé se le llevaron los demonios y la grey periodística en general consideró que el técnico extremeño tiene manos de labrador y no está para manejar un trasatlántico de lujo. Ya se habla de fin de ciclo y al presidente del Barça se le exigen medidas drásticas, comenzando por cortarle la cabeza al entrenador. Meten al mismísimo Messi en la rueda de culpabilidades por defender a sus amiguetes, comenzando por Valverde, razón por la cual Bartomeu dice y reitera: Ernesto tiene un año más de contrato y lo va a cumplir (son órdenes del jefe, se puede añadir).

En resumidas cuentas, el Barça, que aspiraba a todo y a lo más grande, tan solo ha ganado la liga, se destaca con supina ignorancia, y por ahí sí que no paso. ¿Y dónde queda la Supercopa de España que le arrebató al Sevilla en Tánger, allá por agosto? ¿Acaso no es un título tan oficial como el que más? ¿O no se acuerdan cuando el Barça de Luis Enrique aspiraba jactancioso al sextete y se quedó en el quintete por obra y gracia del Athletic, y a doble partido, que tiene más sustancia, y para deleite de Aritz Aduriz, que anotó cuatro goles, tres en San Mamés (4-0) y otro en el Camp Nou (1-1)?

Ya solo faltaba esto, que para ningunear a Valverde se le borre del currículum la Supercopa, algo así como decir que el Athletic no se mete un campeonato al cuerpo desde 1984.

Y con qué ganas lo festejamos, porque no hay que olvidar que Messi también estaba entonces de antojo, como ahora con la Champions, solo que el equipo rojiblanco puso más ilusión, fútbol y coraje (y goles), y su hinchada lo interiorizó con júbilo, aunque fuera un premio menor.

Es lo que pasa con los excesos, que se pierde la perspectiva y hasta el sentido común. Que envidia daban los del Valencia, tan felices. Por saber celebrar a lo grande lo que para otros solo son migajas.