cONVENDRÍA mirar el asunto con buen talante. Al fin y al cabo el Valladolid se jugaba la vida, y ante los suyos, que estaban entregadísimos a la causa, mientras el Athletic, como mucho, ponía en liza la oportunidad de ampliar su margen de puntos sobre los equipos que aspiran a quitarle la séptima plaza. Nada perentorio para montar un drama.

Y eso mismo debieron pensar los futbolistas de aquí, pues mientras los pucelanos salieron al partido como si verdaderamente se jugaran la vida, los rojiblancos lo hicieron como si se jugaran... ¿realmente parecía que se jugaban algo?

“Afrontamos el partido muy fuerte”, dijo después Sergio González, técnico del equipo castellano. “El Valladolid salió más enchufado e intenso”, reconoció Gaizka Garitano. ¿Y cómo se consigue eso? ¿de qué forma se prepara un encuentro para entrar con esa furia y determinación o del otro modo: tranquilos, pausa, nada de precipitaciones...?

Pongamos un ejemplo. La génesis del único gol. Waldo Rubio, un chico recién ascendido del filial, pudo progresar hacia la portería rojiblanca con la pelota pegada a los pies con anuencia de sus rivales, que fueron reculando hasta el borde de su área sin hincarle el diente y finalmente le dejaron el suficiente espacio para armar la pierna, chutar el balón y meter un chicharro magnífico, que puede significar la permanencia del Valladolid en la máxima categoría.

El tanto de Waldo, a los 21 minutos, fue paradigmático y un tesoro para el equipo menos goleador de la categoría. El gentío que abarrotaba el José Zorrilla se puso loco de contento, como es natural. No crean que los discípulos de Garitano mudaron demasiado su actitud, salvo en el tramo final, cuando el Valladolid se atrincheró por pura inercia e instinto de supervivencia y dejó campo libre al Athletic, que solo entonces dio la sensación de querer ganar.

Claro que en ese momento el Valladolid puso en marcha otro plan, nada del otro mundo. Sus jugadores se despatarraban sobre el césped al mínimo roce, acalambrados, tomando actitud de dolientes perpetuos, y el trencilla Mateu Lahoz entendió perfectamente de qué iba el asunto. La afición del Valladolid, que hizo campaña clamando contra una supuesta persecución arbitral, le suplicó piedad, y piedad tuvo de Lahoz. “Señor, ¿se encuentra bien?”, “¿llamo a las asistencias?”, “¿necesita un cura?”. Y así se fue consumiendo el tramo final del partido, transformado en humo por mor de un árbitro guay y condescendiente, que no quiso combatir la picaresca añadiendo más minutos.

Como es lógico, los jugadores del Athletic no daban crédito. Más de uno protestó con vehemencia clamando justicia. Claro que entonces, con el azoramiento, no se acordaron de lo que habían hecho antes del 85, cuando de súbito sintieron el azogue de las prisas.

En definitiva, el Athletic consumó en el José Zorilla un despropósito. Otro más en el estrambótico final de curso. Garitano no estuvo precisamente inspirado dejando en el banquillo a Raúl García, su hombre quizá más determinante en la actualidad por muchas razones (gol, clase, ascendencia, espíritu competitivo...). A la postre recurrió a Aduriz, prácticamente inédito (entre otras razones porque no hay construcción futbolística), y para nada echó de menos a Kenan Kodro, que por eso lo dejó en Bilbao. Sintomático.

Pero, volvamos al principio. Conviene mirar el asunto con buen talante. En Valladolid respiran con alivio gracias a su indulgente contrincante, y pasando un tupido velo sobre lo ocurrido ayer, el objetivo sigue intacto y con buenas perspectivas.

A saber: pese a la derrota, el Athletic afianza la séptima posición, con tres puntos por encima de Real Sociedad, Espanyol y Alavés, sus inmediatos perseguidores, que además tienen un ingrato calendario. La próxima jornada los donostiarras reciben al Real Madrid, que se ha propuesto terminar su calvario con cierta dignidad; los pericos visitan Leganés, donde están que se salen, y el Alavés se mide en Mestalla a un Valencia que todavía aspira a la cuarta plaza. Y el Athletic recibe al Celta, que llegará sin tanta urgencia y reconfortado por la suerte que tuvo de toparse el sábado con el Barça B, que literalmente tiró el partido en Balaídos.