las últimas semanas, la prensa deportiva occidental se ha asombrado de que multitud de futbolistas turcos saludasen desde el centro del campo con una postura militar. Para estos, era una forma de homenajear y solidarizarse con el ejército nacional que ha entrado en Siria; para la inmensa mayoría de los occidentales era, en el mejor de lo casos, un anacronismo político fuera de lugar.

La incomprensión del público occidental se debe, ante todo, a la falta de información sobre la sociedad turca. Y es que hoy en día ese país está polarizado políticamente al máximo por un Gobierno autoritario -el de Erdogan- empeñado en una aventura militar que le genera enemigos a punta pala y, además, está alarmado de ver cómo va descendiendo el número de sus votantes.

La Historia está llena de dirigentes que han tratado de resolver sus problemas internos denunciando enemigos externos; en esto Erdogan no ha inventado nada. Pero si se tiene en cuenta la mentalidad militarista de la sociedad turca, este recurso del presidente Erdogan era obligado. Y es que tanto por la historia lejana del país -la otomana- como por la reciente, la de la creación de la República turca tras la guerra del 1919-1923, la población siente un especial respeto por sus guerreros y el servicio militar.

Los soldados que han intervenido en operaciones victoriosas (Corea 1952, o la invasión de Chipre en 1974) se les llama gazi, o sea, “defensor de una causa justa”.

Así, aún hoy, en Turquía se considera como “medio hombre” al varón que no ha hecho el servicio militar?, lo que no impide que se respete como a milites de pleno derecho a los universitarios que están en filas solo seis de los doce meses del reclutamiento ordinario, ni a los adinerados que se pueden comprar por 5.000 euros un “servicio reducido”, muy similar al de los universitarios.

En resumen, se puede decir que de todas las creencias e ideologías existentes en la República turca, el nacionalismo de tintes militares es el sentimiento más compartido y más enardecedor. A ello ha contribuido -y no poco- a que, en la lucha que han llevado a cabo contra los independentistas kurdos casi todos los Gobiernos de Ankara, hayan muerto cerca de 40.000 soldados turcos.

A la vista de todos estos factores y de la argumentación de Erdogan de que Turquía ha intervenido en la guerra Siria para prevenir un rebrote del terrorismo nacionalista kurdo, es fácil de entender que la mayoría de los futbolistas turcos de los equipos occidentales hayan querido expresar ante la opinión pública internacional su solidaridad (y admiración) por las fuerzas armadas de su patria. Y esa ostentación es aún más fácil de entender si se tiene en cuenta la “pinza” gubernamental: se recompensa (de muchas maneras) a los que lo hacen y se discrimina a los pocos deportistas que se niegan a echar en la misma cesta armas y goles.