LA situación afgana es hoy, tras 40 años de guerra ininterrumpida, más sombría que nunca. Porque, mientras militar y socialmente los talibán se han afianzado tanto o más que antes de los atentados contra las torres gemelas de Nueva York, el presidente Trump ha dejado saber que quiere retirar las tropas estadounidenses del país asiático antes de las presidenciales del año próximo.

Y si esto se confirmase el año 2020, el Afganistán se hallaría en una situación caótica casi insoluble. Los talibán están divididos entre ellos tanto política y confesionalmente como por edades; unos -ante todo, los jóvenes- sueñan con continuar la lucha para alcanzar un emirato islámico y otros, con la paz y una democracia más o menos occidental. La sociedad afgana, por su parte, sigue siendo más parecida a la tribal de comienzos de la Edad Media que a cualquier modelo occidental. Y ahora, en vez de ser objeto de una competición ruso-estadounidense como a finales del siglo pasado, es escenario de apetencias internacionales múltiples: rusa, iraní, pakistaní, india, saudí y norteamericana? aunque esta mengua vertiginosamente. El aterrador panorama se ve rematado por una situación económica deplorable.

Un análisis de la situación afgana desde un punto de vista regional es igualmente negativo. La importancia estratégica de Afganistán es obvia (para las armas como para el comercio o el tráfico de opiáceos) y las pugnas por controlarla pueden desestabilizar fácilmente todo el noroeste asiático.

¿Soluciones? Auténticas y a corto plazo, ninguna. A la sociedad afgana le faltan estructuras, riqueza y densidad suficientes para que unos acuerdos entre unos cuantos “señores de la guerra” se puedan aplicar a todo el país. Y los poderosos de la política mundial están tan poco dispuestos a entenderse entre ellos sobre Afganistán como a comprometerse a fondo -es decir a sangre, fuego y ríos de capitales- en la recuperación del país.

Y a largo plazo, y con mucha suerte, la solución más probable es la de siempre: un enriquecimiento paulatino, una pacificación también paulatina (con los inevitables retrocesos episódicos) y el desplazamiento de la atención internacional hacia otros escenarios.

Claro que esto último, y a la vista de las crisis irano-estadounidense, parece un peor remedio que la propia enfermedad?