AN vuelto a sonar las campanadas que dan la hora de los retoques, las mismas que nos avisaron, a orillas del verano, que había pase per nocta para una vida más o menos asequible. En aquel entonces la escuchamos y todo fue un arrebato, un sálvese quien pueda de la vida serena y templada (sí, algo aburrida también, no vayamos a negarlo...), como si ya hubiésemos cumplido condena. No hace falta que les recuerde las consecuencias aunque no sé si habremos aprendido.

La próxima lección que nos quiera dar la vida, por favor que sea de baile. Queremos ser libres de nuestros actos, como es lógico, pero no podemos serlo de sus consecuencias. Ahora nos advierten desde las oficinas centrales de dirección que van a abrir la mano. Podremos juntarnos diez alrededor de la mesa (Leonardo no hubiese podido pintar su Última cena...) y cruzar algunas fronteras, sobre todo para el reencuentro en estas fechas. No significa, lo repito, que podemos volver a ese estado social que, sin ir más lejos, vimos el fin de semana pasado: la muchedumbre. No en vano, advierten que van a recortar los aforos de los centros comerciales y posponer para un poquito mas adelante el asunto del bebercio y comercio social, es decir, los bares y restaurantes, paganos de nuestra mala cabeza.

Un poquito de zanahoria tras días de palo, ese es el mensaje. Pero ese fue también en la anterior ocasión, ¡ding, dong!, en la que tocaron el tente nubla de antaño, ese toque de campana en el campo con el que pedían que se detuviesen tormentas y tempestades. No hay prueba tangible ni fehaciente de que se detuviesen las nubes, así que bien haríamos en coger esta dosis de libertad en su justa medida, sin excesos. Es lo que me pide la cabeza que les cuente, que les sugiera. El problema está en que mucha gente lee y vive con el corazón, que es un cabraloca.