aTRIBUIR voces a las reclamaciones, a las quejas y a las denuncias está bien. Pero para servir de verdad a una justa causa, y hacerlo bien, es necesario que la protesta sea tratada con imparcialidad. Donde hay una acusación tiene que haber también una defensa. Si se muestran imágenes de la persona que ataca, se deben retransmitir también imágenes de la persona atacada.

Ese es el gran problema: que la amenaza de huelga que hoy pone los pelos de punta a miles de progenitores no ataca a seres humanos, se abalanza contra el negocio de la educación, una expresión esta que, formulada así, suena aberrante. ¿La educación es un negocio? ¡En fin! No hay manera de darles voz a los más jóvenes, que por naturaleza celebran un día sin clase -¡no les cuento un mes!- y que, sin saberlo, son usados como escudos humanos, dicho sea de forma metafórica, en las trincheras.

No es una protesta efectiva si no molesta a la gente, se escucha decir en los corrillos, en las asambleas, en cualquier esquina donde se juntan dos con la misma queja. Sin señalar a los culpables (de todo habrá en la viña del Señor...), da la sensación de que cuando un conflicto laboral se encona -y en este caso no cabe duda alguna...- se invoca a un mandamiento laico terrible: joderás al prójimo como a ti mismo. Pero cuando el prójimo tiene 10, 11, 12 años... ¿También?

No quieren estas palabras decantarse hacia una u otra orilla. En aquel colegio que tan lejos -¡ay!- me queda ya aprendí del poeta cuando leía que en cuestiones de cultura y de saber, solo se pierde lo que se guarda; solo se gana lo que se da. Alguien está guardando algo. ¿Dinero, ventajas, conocimientos o reconocimientos?, qué sé yo. Lo que sí parece claro es que tras toda esta guerrilla laboral, en lo que bien pudiera llamarse una segunda línea de fuego, esperan los perdedores. Y que nadie mira hacia atrás, hacia ellos.