QUÉ es la velocidad?, se preguntaba Johan Cruyff. “La prensa deportiva a menudo confunde la velocidad con la anticipación. Mira, si me pongo a correr ligeramente un poco antes que los demás, parezco más rápido”, sentenció. Es una curiosa manera de definirla y que encaja bien con la paradoja alrededor del TAV. No sé bien si es la ansiedad del usuario, intereses cruzados, un cruce de cables a la hora de comunicarlo, precipitación el día en que se anunció, dificultades de tesorería o un error de cálculo, pero a pie de calle, sin otros conocimientos más profundos, da la impresión de que las obras del Tren de Alta Velocidad llegan a Bilbao a paso de penitente, a Bajo Gas.

Con todo, la noticia de ayer es otra: pueden llegar a plazo. ¿Habrá TAV en Bilbao en 2023? Sí, dicen los documentos y los informes que han visto a la luz. Quienquiera que ha sufrido el suplicio de las obras en casa, en su negocio o en el barrio sabe que los planes que dependen de los planos no siempre salen bien. Lo importante, es cierto, es que, puestos en marcha, el destino parece más cerca a cada paso que se da. ¡Cuántos regodeos en la ensoñación no nos habremos dado con el TAV! Un poteo por Donostia a un cuarto de hora y, qué sé yo, un musical en la Gran Vía de Madrid con billete de ida y vuelta. El mundo -qué digo el mundo, la propia vida...- se estrecha con el TAV, queda al alcance de la mano como si los pueblos no se conformarse con saludarse de lejos dándose la fría mano, sino con relacionarse con un cálido abrazo. Otro cantar es que todas esas fantasías se hagan realidad alguna vez. La gente espera con ilusión, pero ve complicado que el buen tren llegue a tiempo. Parecen las obras del faraón, dicen. En cuanto vean la primera zanja, la primera valla, creerán de nuevo. Es algo humano eso de no perder la fe.