HAN sido solo un par de semanas, pero da la impresión de que algunos han estado en la pelea desde que Rajoy, atrincherado en el comedor de un restaurante, acabó por tirar la toalla y dejar paso libre al heredero del partido corrupto que había sido desalojado tras la moción de censura. Mal perder, el de la derecha extrema. Mal perder, expresado en insultos, mentiras, excesos verbales y falacias. Mal perder, con los cuchillos de la revancha asomando bajo componendas de intereses con puros fascistas. Mal perder, repitiendo y repitiendo las mismas falsedades en el empeño de que parecieran verdades. Mal perder, a pesar del consuelo mediático que ha dejado al aire las vergüenzas de una prensa vasalla.

Como si no fuera suficiente con nueve meses de empeño en crispar a la ciudadanía, hemos tenido que soportar una traca final artificialmente sobredimensionada que, en una penosa constatación de masoquismo, ha sentado ante el televisor a una millonada de público para presenciar una sucesión de monólogos. En ese espectáculo a lo Sálvame que titularon debates, cada uno fue a hablar de su libro y volvieron a escucharse las mismas mentiras, aunque amplificadas. No es fijación ni animosidad, pero insisto en que los representantes de la derecha extrema han sido un pésimo ejemplo de mala educación y grosería. Interrumpen, vocean, mienten, insultan, se quitan la palabra entre ellos y convierten un acto que debiera basarse en la presentación de proyectos y programas en un estercolero de agravios que incomoda al espectador ecuánime o, en un alarde de chamarilero, transforman el atril en mostrador de feriante de donde van sacando la mercancía para reforzar sus argumentos con la teletienda. En fin, que el plato estrella de la campaña, los debates televisivos, fueron más enfrentamiento que dialéctica, más sarta de datos sesgados que exposición de argumentos, más ostentación de símbolos manidos que soluciones eficaces, más metáforas que realidades, más histrionismo que mesura, más recurso a los fantasmas ausentes (Torra, Otegi, Vox?) que compromiso a asumir por los presentes. A la salida, ante los focos de las televisiones y ante el forzado entusiasmo de los incondicionales, cada uno se reclamaba vencedor ante los suyos y las portadas de los periódicos ratificaban la victoria de su candidato preferido según sus intereses empresariales. De momento, se acabó la teletienda. Pronto se repetirá en próximas citas aunque estará condicionada por los resultados que se conocerán esta noche. Porque ha llegado la hora de la verdad.

Hoy toca votar y como nos descuidemos pueden pintar bastos. Todas las convocatorias son importantes, pero tal y como vienen cabalgando las derechas ultras o camufladas de centro liberal, en esta ocasión la balanza puede caer hacia una regresión quizá irreversible que en nuestro caso, la CAV y Nafarroa, sería funesta. Quizá la amenaza de esa reconquista la veamos aquí como más remota, pero lo que se viene comprobando del Ebro para abajo no da pie a demasiados entusiasmos. La experiencia enseña que al menor descuido resulta que la teletienda, la mentira mil veces repetida, la emoción de la bandera y la nostalgia del orden autoritario calan en votantes desinformados, o agraviados, o fanáticos y se traducen en votos. Ocurrió en Andalucía, y ahora están empeñados en que ocurra en el ámbito del Estado.

Por eso, hay que votar y no solo por cumplir con un ejercicio democrático sino para defender los derechos y libertades que hasta ahora hemos conseguido, para acrecentarlos y frenar la ola de retroceso al pasado que amenaza. Y ello sin olvidar que será merecedor de nuestro voto quien mejor y con más fuerza defienda en Madrid los intereses de los vascos.