LA quietud dominical viene hoy acompañada de ese aire especial de las jornadas electorales. Puede resultar tópico subrayar a estas alturas la importancia de una nueva convocatoria electoral, la correspondiente a las elecciones municipales, forales y europea. Las urnas han sido y siguen siendo el instrumento fundamental (y más igualitario) de nuestro autogobierno.

Ejercer el voto es a la vez un derecho y una obligación cívica porque garantiza sin posible objeción alguna la esencia de la democracia: supone la selección de quién gobernará nuestros pueblos, nuestras Diputaciones, nuestra res publica, así como la elección de quién nos representará en Europa, tan denostada como necesaria para civilizar nuestro futuro y atender las demandas sociales del día a día.

Como acertadamente señala Daniel Innerarity, en virtud de las elecciones quienes tienen el poder se enfrentan a la posibilidad de ser expulsados de él mediante unos procedimientos establecidos; quien está en el Gobierno se ve obligado a anticipar esa amenaza. En ese momento se visualiza que la política nos introduce en un mundo en el que hay que responder y dar cuentas, que el poder no es absoluto porque está obligado a revalidar, que la política no da más que oportunidades a plazos.

La campaña ha girado en torno a la polarización del debate de modelos de sociedad entre PNV y Bildu, conscientes de que las encuestas les sitúan al frente de los resultados finales. Frente al discurso de los partidos con implantación estatal que confunden interesadamente la evidencia de una gran mayoría social aber-tzale en Euskadi con supuestas imposiciones, cabe afirmar que el nacionalismo institucional no persigue patrimonializar la sociedad vasca ni minorar el valor de la diversidad que nos caracteriza.

Ni los votantes ni los partidos podemos jugar a ser insumisos a las reglas de juego del sistema. Hay que trabajar por mejorar y cambiar todos los corsés para la expresión plena como pueblo y nación vasca desde el respeto a las propias reglas de juego, para evitar su propia deslegitimación institucional. Solo así se puede vertebrar una sociedad como la vasca.

Hoy entran en juego electoral dos factores: la efervescencia dialéctica de Bildu frente a la estrategia del nacionalismo institucional orientada a intentar seguir vertebrando el país como cauce central político. Desde una orientación no nacionalista el discurso ideológico se construye en torno al binomio identidad/bienestar: los nacionalistas, dicen, se obcecan y obsesionan por el primero de ambos conceptos (el identitario), mientras que los constitucionalistas centran sus desvelos y su acción política y de gobierno en lo verdaderamente importante: el bienestar de los ciudadanos vascos. Frente a ello, los debates y programas electorales han demostrado que hablar de autogobierno supone en realidad debatir sobre riqueza social y su reparto responsable. Todo eso está hoy en juego y por eso merece la pena ir a votar.