MUCHAS retinas aún conservarán la imagen de un ungido Santiago Abascal a lomos del estrado del Congreso en el reciente debate de la investidura de Pedro Sánchez. El líder de Vox declamaba aupado por los aplausos de sus diputados -embelesados, arengadas- con la convicción de quien desgrana las verdades del barquero: incontestables por evidentes. En esa intervención hizo fortuna el señalamiento colectivo a los inmigrantes como responsables de lo que calificó de "plaga de agresiones sexuales en manada". En días posteriores repitió la fórmula a quien le prestó oídos y argumentó con la denuncia de tres hermanas estadounidenses que acusaron en Murcia a tres jóvenes refugiados afganos de haberlas agredido sexualmente en un hotel durante la Nochevieja. Reprochaba el paladín un presunto silencio de la sociedad que se siente progresista y del feminismo en particular en la presunción de que se bajaba el diapasón por el origen de los acusados. Abascal debía saber que sí se convocaron en Murcia movilizaciones de colectivos feministas para denunciar la presunta agresión. Pero, además, ya está tardando Abascal en comparecer ante la prensa o la comisión permanente del Congreso para excusarse. Es de prejuicios como los que alimenta Vox de los que nace la denuncia contra tres inmigrantes que se ha ido desmontando cuando las presuntas agredidas se fueron de vuelta a Ohio sin ratificarla y que, ante las pruebas audiovisuales y testimonios recabados que cuestionan los hechos, la justicia intuya que todo ha sido un fake que podría pretender cobrar un seguro de 50.000 dólares suscrito antes de su viaje para compensarlas en caso de violación. Discúlpese o deshónrese.