ITALIA ha vuelto a demostrar que las montañas rusas por las que transitan sus gobiernos contrastan siempre con un sistema político fortachón que ha sabido encauzar su enésima ruptura de gobierno para evitar unas nuevas elecciones como deseaba el líder de la Liga Norte y además apartarle con un manotazo de distinción. Andaba Matteo Salvini entre mojitos y motos acuáticas mientras el sistema político italiano demostraba que tonterías, las justas. La izquierda acordaba y Salvini, entre sorbos y encuestas masajeadoras, se sentaba en la cuneta por un tremendo desconocimiento del poder político italiano que suele basarse en la falta de cálculo. Es el travestismo sorprendente de algunos países europeos. Reino Unido, un lugar chapado en oro de democracia y sin Constitución porque ni la necesita, sufre hoy la suspensión de su Parlamento por deseo único de un primer ministro no electo. Italia, escenario de ejecutivos de sacudidas, velinas y vino tinto ha dado una lección de Estado de cómo el experimento populista puede salir magullado con la ayuda de su principal valedor. Salvini, mojito a los sones de Fratelli d’Italia, se iba cociendo en su propio jugo en verano y a pie de Mediterráneo justo cuando salía adelante en su país otra ley de inmigración que criminaliza las tareas de las organizaciones humanitarias. La política italiana, que es ese gran saco de la risa de sus habitantes, despierta distinta tras solo 20 días de crisis con una elegancia tremenda, su primer ministro Conte ganando extrabonus de confianza y el líder de la Liga Norte, hasta anteayer césar del gobierno, deambulando refugiado en los bancos de la oposición. Ciao bello.