SALIMOS de un agosto monotemático con el culebrón del notas que llena conciertos cantándole a la basura que le sale del bolígrafo. Veníamos de una repugnante agresión grupal en Bilbao y aquello vino a engordar un caldo de furia porque el perlas cantaría pagado por el Ayuntamiento. Igual que los nuevos Consistorios de Madrid prohibiendo la música y letras de Def con Dos en la plaza pública, ahora era nuestro turno: se tocó a rebato e impulsados por las críticas políticas y la siempre berreona recogida de firmas, el Ayuntamiento reculó con el aplauso popular. Entre tanto higiénico debate, C. Tangana ofreció después conciertos en privado con las entradas agotadas. Fueron pequeñas victorias de una historia bochornosa: una contratación equivocada, parte de una sociedad consiguiendo sus objetivos y el notas demostrando que si quiere cantar, canta. Lo de hacerlo cobrando dinero público ha sido la madre del cordero donde no muchos habrán caído en que ha sido precisamente desde lo público donde se le ha prohibido a un mangarrán ponerse a cantar. Todos contentos, también quienes, defendiendo la cancelación del recital porque sus letras denigran a las mujeres, ha insultado sin cuartel a todas aquellas que se acercan a escucharle. ¡Enfermas! ¡Chonis! Mientras tanto, mirando, una sociedad pasmada que como en tiempos oscuros ha asistido precisamente a cómo la administración, lo público, decide lo que no conviene que escuchemos, veamos o leamos, lo que es bonito o feo y al que le guste lo feo, que pague. Como en los tiempos de la caverna, cuando nos llamaban sociedad inmadura y hasta enferma, es posible que sí, que no se nos pueda dejar solos.