LA semana ha sido intensa en el juicio que se sigue en el Tribunal Supremo contra los políticos del procés. Me atrevería a decir que incluso emotiva ante la sucesión de declaraciones de agentes de la Guardia Civil desplazados a Catalunya en septiembre y octubre de 2017. Hasta 24 agentes de todo grado, sexo y condición han pasado por el tribunal contando la traumática experiencia de sentirse odiado en Catalunya. Es muy curioso que ninguno relató el menor atisbo de adhesión o reconocimiento de su trabajo por parte de los nativos del territorio comanche, lo que ya de por sí resulta indicativo. Entre la sorpresa y la congoja, relataron que la gente les miraba mal, les gritaba y les insultaba. Algunos pusieron tanta literatura que da para cuestionarse la presunción de veracidad de la que gozan en sus declaraciones. Ninguno recuerda haber tirado de porra para sacar de la calle a gente agresivamente sentada en el suelo; ninguno debió participar de la respuesta hooligan de los agentes de policía en Pineda del Mar, cuando reclamaban a coro “que nos dejen actuar” frente a una concentración de vecinos que reclamaba su marcha del municipio. Seguramente, los contingentes de la Guardia Civil no se sintieron acosados cuando salieron de Algeciras, Huelva, Guadalajara, Cádiz, Murcia, Santander, Valencia, Málaga, Toledo... hacia Catalunya jaleados al grito de “a por ellos” y algún que otro que pedía que repartieran “hostias como panes”. ¿No pensaron que aquellos a por los que iban, contra los que había que actuar y merecían hostias como panes a lo mejor les podían ver como agentes un poquito hostiles? Dan ganas de adoptar a un uniformado y consolarlo. Al pobre.