EN el horizonte se vislumbra el sepulcro del apóstol cuyos huesos reposan, ahora y para los siguientes cuatro años, en el sevillano estadio de La Cartuja. Llegar a sus pies exige una dura travesía, una trepidante peregrinación en la que el camino es en ocasiones amable y en días como hoy, se encrespa. A cualquier peregrino acostumbrado le gustan etapas como esa; bajo una tempestad y cuesta arriba. Sortearlas exigen adrenalina y audacia, temple cuando flaquean las fuerzas y vigor para ir haciendo metros sin desfallecer. El Athletic, acostumbrado en sus historia a vivir epopeyas así, sabe lo que necesita, tiene selladas las credenciales desde hace un siglo. El Barcelona, que comparte camino con él hacia el albergue, es otro viejo compañero de viaje. Ambos saben que sólo hay una cama y hoy se pelean por ella. San Mamés será testigo del desafío.

Existe en Bilbao estos días un sentimiento firme: la convicción de que los hombres que dirige Gaizka Garitano avanzarán a paso firme, como si tuviese la bula Athleticus Omnipotens que le otorga una fuerza extra, un poder casi sobrenatural. No hay un porqué que obedezca a la lógica. Porque si bien es cierto que el Barcelona de Setién anda atrancado en un barrizal de reproches, lesiones y malas caras, no es menos cierto que los leones renquearon en su última aparición en San Mamés y que el gol no siempre les alimenta en los últimos días.

Cómo explicarlo. Quizás la presencia de un aparecido en el camino como Aduriz alimente esa fe. O tal vez porque el Athletic ha protagonizado este tipo de batallas más de una vez y su leyenda se ha escrito sobre la sangre de los goliats a los que derribó. Se escucha también el eco de San Mamés, un elixir capaz de convertir a su equipo, a nada que contribuya él con el deseo, en inmortal. Hay que cortar la cabeza de su rival. Solo eso. Ni más ni menos que eso.

El nuevo San Mamés se apresta a vivir su primera final. Su segunda si se quiere y se recuerda aquel partido contra el Nápoles que abrió de par en par las puertas de la Champion's League para los leones. Fue este el mismo campo que desembocó en el paraíso.

Hay muchas maneras de imaginarlo. Seguramente tantas como sueños. Cada cual fantasea diferente, a su manera, aunque el anhelo sea el mismo. Pero de todas las posibilidades el Athletic se hace grande cuando se coloca en el centro de una fábula intensa. De esas que transforman la agonía más profunda en felicidad pura. No quieren, no queremos, que este sea el cuento de la lechera. El Athletic busca el regreso a donde solía, el camino que les lleve a la gloria, esa que ya conocen. Les aguarda solo un paso, es cierto. Pero... ¡qué paso, Dios mío, qué paso! Hay al menos un par de generaciones que no han visto el abrazo al apostol rojiblanco, ese alzar una Copa por encima de todos los pronósticos, más allá de todos los vaticinios, que hizo del Athletic un equipo sagrado. Y consagrado.