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Tras la lógica indignación

Tras la lógica indignación

EXPRESAR opinión contra la corriente en momentos de estado de ánimo justamente encendido suele ser complicado. Pero si no lo hiciéramos tampoco tendría mucho sentido estar aquí apostolando en una tribuna pública. He visto las imágenes de los cuatro jóvenes magrebíes excarcelados en Bilbao, que siguen investigados como presuntos autores o colaboradores en un delito de violación. He visto su actitud y la simpleza de sus reacciones y me he acordado de El Prenda y sus amigos. Muestran la misma arrogancia o simpleza y eso me impide empatizar con ellos, más aún si uno es capaz de ponerse en el lugar de la víctima, en su terror, su indefensión. Después he vuelto a analizar si nuestro sistema de impartición de justicia es todo lo garantista que queremos con los derechos de los acusados o, al calor del cabreo, hemos decidido que debe serlo menos. Me preocupa que así sea; que después de siglos desde el ojo por ojo hasta la ley Lynch -esa que permitía ejecutar sin juicio en Virginia a los considerados desleales en los primeros años de la independencia norteamericana- lleguemos a la conclusión de que todas las garantías procesales, incluido el in dubio pro reo, deben revisarse a la baja por ese etéreo concepto de la alarma social. Que estemos reclamando un día la prisión cautelar a un presunto violador magrebí y al siguiente, la puesta en libertad de otros acusados más integrados socialmente. La mano dura al delincuente no está reñida con el freno a la xenofobia. No he escuchado a nadie pedir la expulsión de los sevillanos de Iruñea -afortunadamente- pero hay una ideología xenófoba que se apropia de estos casos y a la que es difícil sustraerse. Es intolerante con el delito y sin él.