LE cayeron cuatro al Real Madrid, una burrada, y al día siguiente no se hablaba de otra cosa: pero qué fiestón se montó luego Cristiano Ronaldo, el muy ladrón. Si tienes una mala tarde en la oficina a mí me parece lógico, y muy humano, que te entren ganas de despejar la mente, desahogarte, recobrar el ánimo sumergido en un espacio lúdico. Yo entiendo a Cristiano. No le salió una a derechas frente al Atlético y encima, cada vez que tocaba el balón, toda la hinchada arremolinada en el Calderón coreaba al unísono algo así como ¡¡siiiiuuuu...!!, el grito gutural ese que soltó el día del Balón de Oro, y estoy seguro que ahora se avergüenza de lo que hizo, porque se burlan de él, criatura. Y además está lo otro, lo de Irina Shayk, que le ha dejado plantado para irse con un guaperas, y más macizo que él, y eso no se le hace al futbolista más creído y bien pagado de sí mismo del planeta. En consecuencia, es normal que Cristiano esté con la estrella apagada y se desquicie y reparta patadas y sopapos, en vez de golazos, y por eso le expulsen. Y luego van y le malinterpretan con la fiesta, pues al parecer tenía que haber cogido un cilicio y mortificarse como un San Luis, o emular a Casillas, Ramos o Ancelotti, que hicieron mutis por el foro de la juerga por el qué dirán. A ver. Primero: estaba programada para el sábado, aunque los 30 años los cumplió el jueves, y después de currar en el Calderón. Segundo: para animar el sarao el colega James Rodríguez había llamado a su paisano Kevin Roldán, que vino desde Colombia ex profeso para el asunto, así que no le iba a dejar en feo al rey del reggaeton.

Cristiano se engalanó con su gorro más hortera, tomó el micrófono y junto al cuate Roldán cantaron al unísono la aclamada canción “Si no te enamoras”: Sé que te sientes sola,

Por eso buscas refugio en mi

Y no lo vayas a tomar mal Que tan solo quiero algo sexual Solo si tú no te enamoras...”.

Ronaldo se acordó de Irina. Le entró un ataque de ansiedad próximo a la depresión y encima el muy canalla de Kevin Roldan va y cuelga el canturreo en YouTube para mofa y pitorreo universal e indignación mayúscula de las tribus madridistas, que a lo peor entienden que le importa un pito el Madrid y sus gentes; que tan solo estaba defendiéndome de una brutal sacudida de saudade.

En estas estaba Cristiano cuando su archienemigo Lionel Messi aprovechó su bajón (Irina, amor, qué me has hecho) para montar el taco en San Mamés anotando un gol e interviniendo en la génesis de los otros cuatro, con lo cual, a la chita callando, se le va acercando en el marcador particular. En realidad no sabía cómo hincarle el diente a la previsible derrota del Athletic frente al poderoso Barça y me vino bien divagar con las tribulaciones de Cristiano a modo de terapia. Para empezar, me preparé para vivir el partido con la ligera esperanza de que Bartomeu tuviera razón, es decir, que la mano negra surgida desde la más hedionda cloaca del Poder Central para desestabilizar al Barça hubieran logrado su cometido. O que el factor suerte tuviera el detalle de repartir golpes y parabienes por igual, y no cebarse con saña en las carnes rojiblancas.

Hubo goleada en San Mamés y sin embargo la afición despidió a los chicos con aplausos, reflejando su satisfación hacia la predisposición del Athletic a competir, que no es poco, con su insigne rival, y además hacerlo de tú a tú, sin complejo alguno, lo cual puede ser suicida, pero en realidad supo a bilbainada que incluso pudo salir bien si Iraizoz no recibe el primer gol de aquella manera, o si el simpar Aduriz hubiera tenido más fortuna.

Saco conclusiones: anoche vimos un ensayo general de la próxima final de Copa. No entiendo cómo la hinchada pitó de aquella manera a Luis Suárez tras la atroz patada de Etxeita. No entiendo que ante el Córdoba y tantos otros partidos el Athletic apenas tiró contra la portería contraria y frente al Barça pudo marcar lo menos cuatro. Entiendo que el equipo rojiblanco está vivo, hasta el punto de lidiar con la paradoja dejando un regusto extraño, el dulce sabor de la derrota.