LA fascinación que produjo entre los seguidores del Atlético de Madrid la presentación de Fernando Torres atrajo al estadio Vicente Calderón a más de 40.000 colchoneros y como en esas películas de terror de serie B también estaban ellos, los pregoneros de la muerte, exhibiendo descaradamente su simbología; desafiantes, como diciendo: Hemos vuelto porque nunca nos fuimos. Ni nos iremos. Añadan una carcajada de fondo; larga, algo siniestra, y así queda compuesta una estampa que en realidad provoca la risa floja de puro descreimiento, pues cerrada la Operación Neptuno que desencadenó la reyerta mortal, el Frente Atlético, la raíz del mal, continúa agarrada a ese club como la hidra.

La víspera, los del otro bando en la trifulca, los Riazor Blues, también tomaron la iniciativa componiendo una grotesca opereta. Mostraron sin pudor su parafernalia y una pancarta bien visible con el escrito: “Jimmy vive”. Me imagino a los familiares del hombre que encontró la muerte en aquella gresca descomunal leyendo el lúgubre mensaje de sus colegas vivos y ajenos a su dolor. En su paranoia, los ultras quisieron embadurnar con un tono de solemnidad el rechazo social que han encontrado entre la afición deportivista. Optaron por darle la espalda al partido. La estampa fue patética. Porque la mayoría de aquella cuadrilla de mendrugos indignados giraba la cabecita y reviraba la vista hacia el terreno de juego comidos por la desazón, al fin y al cabo si estaba jugando el Dépor ¿qué pichorras hacían ellos mirando con el culo? Conscientes del ridículo y ante la evidente indiferencia de los parroquianos, buena parte de los Riazor Blues se refugiaron en el silencio, y con esa melancólica impostura abandonaron el estadio.

La hinchada gallega estaba a otra cosa. Estaba fascinada. El terreno de juego se iluminó con una brillante cabalgata navideña. Allá desfilaron Melchor, Gaspar, Baltasar y su séquito mágico; y también Papá Noel, y el mismísimo Olentzero, ¡cómo no! si enfrente estaba el Athletic, tan generoso y espléndido cuando se pone a plan. Fíjense. Días antes había procurado una generosa donación al Alcoyano, su anterior rival en la Copa, para paliar en lo posible las consecuencias de un robo. Hubo algún suspicaz que creyó ver escondida en aquel alarde una prima por dejarse, ya me entienden, y nada de eso, pues los muy cabritos encima se las hicieron pasar canutas a los hombres de Ernesto Valverde.

Así que Víctor Fernández, que sobre su cuello tenía pegado el frío filo de la guillotina, salió vivito y coleando, cantando anduriñas, y bailando jotas, y gritando aleluyas de agradecimiento ante semejante dispendio de poquedad desplegado por el rival, ese Athletic que comenzó la temporada codeándose con la aristocrática Liga de Campeones y ahora bebe garrafón de taberna.

Un punto sumado de los últimos doce disputados ha enterrado aquel renacer experimentado en el mes de noviembre. Ausente Aduriz, el Athletic se comporta como una tropa de descarriados. No hay gol, ni espíritu. Su juego aburre y el colectivo transmite evocaciones amargas. Da la sensación de que al entrenador se le escapa el control de las manos. Reparte palos de ciego y rectifica sobre la marcha sin encontrar una salida. Lo peor del caso es que, a estas alturas de la temporada, el Athletic corre el peligro de caer en el desánimo, y arrastrar a su afición por el camino del desencanto.

El Athletic despidió mal el año y peor ha recibido al nuevo, perdiendo otra gran oportunidad de redimirse, de meterse en la luchar por algo en la Liga. Pero tampoco hay tiempo para las lamentaciones. Llega la Copa. El Celta. Mañana mismo. La posibilidad de la redención en el torneo fetiche. Pongamos que la derrota en A Coruña tan solo forma parte de un desajuste sideral provocado por la convulsa entrada de 2015, pues el Real Madrid perdió en Valencia su tremenda racha victoriosa y el Barça claudicó asombrosamente en Anoeta frente a la Real Sociedad, que no necesitó recurrir a la epopeya. A Luis Enrique le dio un ataque de soberbia, dejó a Messi y Neymar en el banquillo... Mejor será que se compre un buen paraguas.