EL Paseo de los Melancólicos discurre por antiguas vías de ferrocarril y su nombre evoca sensaciones placenteras, como invitando a pasear con tiempo y calma hacia el Vicente Calderón para ver un partido como Dios manda. Sobre todo si es a mediodía de un domingo otoñal, al amparo del tibio sol, y con los niños de la mano, tan contentos, criaturas, porque van a ver de cerca a sus ídolos.

Suave también es una palabra muy sugerente, que atiende a los sentidos, especialmente al tacto, al buen tacto. Pero si juntamos el Paseo de los Melancólicos con Los Suaves, el sector más radical de los radicales Riazor Blues, nos sale un exabrupto descomunal; el cadáver de un hincha que fue arrojado tumefacto (¿o quizá se tiró él, desesperado?) al Manzanares después de recibir una brutal paliza por su mala cabeza, pues muy allá no la debía tener cuando se citó vía WhatsApp con la calaña del Frente Atlético para darse de hostias a temprana mañana junto al Paseo de los Melancólicos. En descargo de la víctima mortal y los 200 energúmenos que participaron en la reyerta habrá que decir que, al fin y al cabo, aquello era un asunto particular, muy suyo, que quedaron para hablar de sus cosillas, y compartir afinidades, bate de béisbol en mano, y que no le atizaron al padre que junto a su pequeño caminaban alegremente rumbo al Calderón para ver el Atlético de Madrid-Deportivo, ni a la anciana del puesto de castañas humeantes junto a la ribera y que tampoco fueron a la caza del gallego desamparado, como hizo en 1998 Ricardo Guerra, ultra del Frente Atlético, sector Bastión, con Aitor Zabaleta, seguidor de la Real Sociedad, a quien asesinó de una cuchillada por el mero hecho de ser vasco.

Lo de emplear las redes sociales para romperse la crisma lo pusieron de moda los holandeses, que en estas cosas siempre han ido por delante, sobre todo aquel glorioso 24 de marzo de 1997 en el que ultras del Ajax y del Feyenoord se emplazaron a través de Internet en los aledaños de un restaurante de la A-9, autopista que une Haarlem con Ámsterdam. Y a fe que no perdieron el tiempo: un muerto y treinta heridos.

El pasado jueves, más de un centenar de sevillistas fueron retenidos por la Policía holandesa en Rotterdam y se quedaron sin ver el partido de Europa League frente al Feyenoord, además de pagar 50 euros de fianza. Se les trató a todos como indeseables, desde luego, tras detectar que algún miembro del grupo portaba armas y a modo preventivo a causa de los incidentes en el partido de ida. Estaban avisados de antemano.

Como en Inglaterra, en Holanda también son implacables en cuanto se detecta algún síntoma de algarada. Pero los directivos del Sevilla hasta pidieron perdón a estos hinchas, mancillados en tierra extraña. Y ayer, los radicales Biris no animaron al Sevilla en señal de protesta.

A Joan Laporta casi le cuesta la salud expulsar del Camp Nou a los Boixos Nois y Florentino Pérez casi ha conseguido erradicar a los Ultra Sur del Santiago Bernabéu. Los Riazor Blues se desmembraron tras otra muerte en Compostela, en 2003, pero posteriormente se refundaron, y el Frente Atlético ahí sigue, parapetado en el Fondo Sur del estadio Vicente Calderón desde donde siguen vomitando impunemente soflamas contra la memoria de Aitor Zabaleta y otras memorias que puedan herir el corazón del rival. Enrique Cerezo, presidente del Atlético, se puso ayer muy digno y dijo: “Esto no tiene nada que ver con el fútbol. No tenemos nada que ver con los hechos”. ¡Y un cojón! ¿Dónde se cría y amamanta, desde 1980, el Frente Atlético?, ¿acaso en la Coral de Voces Blancas de Santa Cecilia del Páramo o es en el Vicente Calderón? “Yo no soy quién para disolver el Frente. Entre esos 4.000 siempre hay algún hijo de puta”, declaró Gil Marín, dueño del Atlético, mientras la LFP se debatía entre suspender los partidos en señal de luto o pedir un minuto de silencio en memoria de un ultra que acudió al matadero consciente de lo que hacía, para finalmente decidirse por leer un comunicado tan protocolario como hueco, cargado de enorme hipocresía sobre un fenómeno atroz, porque ni a los clubes ni a la Federación ni a la autoridad les da la real gana de estirparlo.