Aunque vivimos en una época de incertidumbre, hay ámbitos en los que todavía existe la posibilidad de agarrarse a algunas certezas, esferas en las que éstas nos tranquilizan y nos interpelan como esas lucecitas que titilan en la oscuridad cuando nos extraviamos por un camino. Lo paradójico es que, a pesar de saber hacia dónde debemos ir, cómo debemos actuar, hemos consentido situaciones en la dirección contraria, situaciones que no han considerado en ningún momento ese conjunto de claridades, que se han apartado de esa senda iluminada. Si esas realidades se han mantenido de forma anómala durante tanto tiempo, no ha sido por falta de conocimiento o de información, no ha sido porque nos plantearan dilemas morales o sociales difíciles de resolver, sino únicamente porque quienes nos gobiernan han cedido una y otra vez ante las presiones de quienes, a diferencia de la mayoría de nosotros, tienen un inmenso poder y ningún escrúpulo a la hora de imponer sus intereses económicos.
Claro, me refiero a la cuestión del tabaco, al hecho de que, siendo conscientes desde hace muchas décadas de su repercusión negativa en la salud colectiva, hayamos tolerado su presencia permanente, su extensión sin límites en los espacios públicos. Y es que, disponemos de todos los datos, hemos aprendido las lecciones básicas de la ciencia, hemos comprobado aquí y allá los efectos perniciosos del fenómeno y, sin embargo, hasta hoy hemos seguido claudicando, hemos permitido que los interesados se salgan con la suya en perjuicio de los demás.
Ahora, con el ejemplo de Francia, donde a partir del 1 de julio se prohibirá fumar en numerosos lugares abiertos, pero, sobre todo, con la nueva ley antitabaco que prepara en España el Ministerio de Sanidad, tenemos la esperanza de que se dé una rectificación definitiva, de que se consolide para siempre lo que siempre debería haber ocurrido, esto es, que el hábito de fumar, más allá de que desde las administraciones se preste ayuda a quienes expresen la voluntad de dejarlo, quede relegado al ámbito privado, recluido entre las cuatro paredes de quienes quieran seguir enganchados a él, bajo su responsabilidad y con asunción plena de sus consecuencias.
No va a ser fácil conseguirlo. Tal como se vio en el caso de corrupción del antiguo presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso, o en otros similares reflejados con acierto en The Insider, la película dirigida en 1999 por Michael Mann, el lobby de la industria tabacalera continúa jugando un papel importante, no ceja en su tarea destructiva. Respaldadas por él, apoyándose en sus informes desvirtuados y en sus bulos informativos, las grandes empresas del ramo siguen en su perversa misión de abrir nuevos mercados, generar nuevos productos y atraer a nuevos grupos de consumidores. No les impresionan las campañas institucionales, ni las imágenes crudas de las cajetillas, ni, qué ironía, la subida del precio de cigarrillos, vapeadores y otros artículos por el estilo. Con ellos, con los fabricantes, sólo cabe, sólo puede funcionar la medida de un arrinconamiento definitivo, de un ostracismo social en una especie de smoking room, en un reducto estanco donde queden confinados en su propio ambiente irrespirable, como esas salas acristaladas de los aeropuertos.
Pero es verdad que hay otros factores en contra. Así, el gremio de hosteleros y, en general, el sector turístico, insisten en creer que una ley restrictiva alejaría a sus clientes de los establecimientos abiertos donde ahora se fuma. Como ya sucedió en 2006 y en 2010, vuelven a equivocarse en sus previsiones. Entonces ya pusieron el grito en el cielo afirmando que la medida sería “la ruina del sector”, y con el tiempo han tenido que reconocer que no solo no ha sido así, sino que incluso muchos fumadores se alegran de poder entrar en bares, cafeterías y restaurantes libres de humo, sobre todo cuando lo hacen acompañados de sus hijos pequeños. Vuelven a fallar en sus pronósticos, en su visión de futuro, al no comprender que ellos y sus locales serán los primeros en salir ganando con la reforma.
También ha habido un error de planteamiento. Durante años, se ha dirigido el asunto hacia la eliminación del hábito entre la población, se han destinado los recursos y se han centrado los esfuerzos en el objetivo de que la gente deje de fumar, perdiendo de vista lo esencial, la meta principal, la protección de los no fumadores, sobre todo menores y mujeres embarazadas, de manera que no queden involuntariamente expuestos al humo. A menudo, ese abordaje erróneo del problema ha hecho las delicias de algunos adictos al tabaco, pues han visto en esas campañas un intento del Estado por corregir su conducta, por alejarles del vicio, y se han sentido víctimas de una persecución pública, algo así como disidentes románticos, sin darse cuenta de que la suya es una insurrección de vía estrecha, de que deberían haber encauzado su rebeldía hacia causas más nobles y de mayor sustancia.
No, a los no fumadores nos da igual a qué dediquen su tiempo y su dinero los fumadores, lo que hagan con su salud, no pretendemos redimirles de nada. Lo que deseamos, a lo que tenemos derecho, es a poder disfrutar de momentos al aire libre, solos o en compañía de nuestros familiares y amigos, en terrazas, parques o playas, sin la interferencia insidiosa del humo del tabaco o de la nube tóxica de los cigarrillos electrónicos. Queremos respirar en una atmósfera limpia sin deberles ningún favor ni estar a merced de su cortesía. l
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