El domingo 21 bordeé el soponcio cuando tuve que meter en las páginas de DEIA las fotografías de los 75 parlamentarios vascos que iban saliendo calentitos del horno de las urnas. Era una galería de gente joven, bien parecida y eso, pero les juro que 75 me parecieron aquella noche, así, todos de golpe, multitud. Por eso cuando esta semana me he enterado de sus emolumentos, nada despreciables, no me han caído bien. ¿Envidia? Por supuesto, y mucha. 82.306 euros brutos al año para empezar a hablar. Vicepresidentes de la Cámara, secretarios y portavoces; 96.866 euros. A partir de ahí, extras y partidas adicionales (demasiadas) a añadir. Habrá quien mantenga que retener el talento cuesta dinero, pero yo que –más veces de las que me gustaría– oigo lanzar los speech a sus señorías en los plenos y en las comisiones, no los encuentro deslumbrantes, francamente. Tampoco veo que presenten currículums de quitarse el sombrero, ni trayectorias en la empresa privada de tumbar la boina; pero, bueno, eso ya queda a gusto de la parroquia votante. El problema no reside, por tanto, en la cantidad que se embolsan. Radica en que la reciben electos a los que solo cabría pedir una preparación académica y una experiencia equivalente a los sueldos que se adjudican. Y tampoco estaría mal que cobrasen por objetivos. Porque igual a alguno hasta le sale a pagar.
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